lunes, 24 de marzo de 2008

PT Anderson (Primera Parte)

Señores... Este cambio de diseño que Uds. perfectamente pueden apreciar es síntoma de un cambio más profundo en El Butacazo. El antiguo objetivo (utópico quizás, considerando su magnitud y mis pocas ganas de hablar de ciertas películas) de hacer un análisis relativamente minucioso de TODAS las películas que vi en el Festival de Mar del Plata y el Bafici dio paso a uno más amplio y libre, menos programático. Ahora, en El Butacazo, escribiré textos/artículos/críticas cuyo objeto sea directa o tangencialmente el Cine (así, con mayúscula). Quién quiera publicar uno suyo en este espacio, podrá hacerlo previa revisión de quién les habla (mi dirección de correo electrónico sigue en el área de “sobre el autor”). Además del nuevo diseño y tema, El Butacazo cuenta con un nuevo apartado de “secciones” más o menos estables, más o menos arbitrarias, un inútil vínculo que reza “Leer más” que quitaré cuando sepa un poco más de programación en Html y, prometo, una cobertura del décimo Bafici “as it happens”.
Ahora las malas noticias. Mientras estaba armando el nuevo diseño, una modificación en el código Html trajo como nefasto resultado una categórica pantalla en blanco en el lugar que solía ocupar elbutacazo.blogspot.com. Como consecuencia de esto, tuve que dar de baja el blog y recomenzar de cero. Ahora el blog está mas lindo que nunca y volví a publicar los textos del anterior blog, perdiendo, lamentablemente, los comentarios que hicieron en su momento en dichos artículos. Pueden volver a leerlos (accedan a ellos desde el archivo o desde el nuevo apartado de “secciones”) y, si lo desean, vuelvan a comentarlos. Por ahora los dejo con el primer texto de la nueva etapa de El Butacazo, un estudio (en tres entregas) sobre la obra y el estilo del director estadounidense Paul Thomas Anderson, a propósito de la recientemente estrenada There Will Be Blood. A su salud...

Apuntes sobre Paul Thomas Anderson
Nº 1: La Música del Azar

La informática y la ficción comparten un problema intrínseco a ambas: su incapacidad para producir Azar. Esa fuerza impredecible e irreductible les es esquiva a ambas por la simple razón que no admite intervención más allá de su arbitrario principio generador. La forma que tanto la informática como la ficción tienen para salvar este bache esencial es reproducir (recrear) el Azar. Es decir, mediante modelos matemáticos de diversa complejidad en el caso de la primera y procedimientos narrativos en el caso de la segunda, dar la ilusión que se está frente a los designios del Azar, cuando, en realidad, se trata de elecciones concientes y programadas que tratan de ocultar su propia falsedad. Sobre la influencia del Azar en nuestras vidas, Paul Auster, novelista diestro en esto de manufacturar (falsos) azares, dijo en su “Trilogía de Nueva York”: “Al final, toda vida no es más que una suma de hechos contingentes, una crónica de intersecciones del azar, de golpes de suerte, de eventos azarosos que revelan sólo su propia falta de propósito”*. ¿Cómo capturar entonces estos “eventos azarosos sin propósito”? ¿Cómo hacer ficción (y, en el mejor de los casos, Arte) con un material tan esquivo como el Azar?.
En la obra del cineasta Californiano Paul Thomas Anderson (“PTA” de ahora en más) el Azar juega un papel esencial. Ya desde su opera prima, la poca vista Hard Eight (distribuida acá con el nombre Vivir del Azar), los personajes son empujados por impredecibles coincidencias. Y aunque al principio de dicha película Sydney (Philip Baker Hall) le enseña a John (John C. Reilly) un método para ganar dinero en los casinos sin involucrar al Azar y el film amenaza (por desarrollarse en casinos y por su estructura de “buddy movie”) con volverse una versión sin humor de California Split de su admirado Robert Altman, pronto el Azar alcanza a Sydney y lo enfrenta a su pasado mientras revela sus motivaciones ocultas. Es interesante en Hard Eight el doble juego de negación (en el método para ganar dinero en el casino, pero también con el “aparente” encuentro fortuito entre Sydney y John que en realidad no lo es) y luego afirmación del poder del Azar.
Un apresurado repaso por la filmografía de PTA confirmarían que la hipótesis del Azar no es puro delirio interpretativo. En Boogie Nights el Azar no sólo se manifiesta en el momento de decadencia de los personajes (Rollergirl (Heather Graham) encontrándose con un ex compañero del secundario en pleno rodaje de una película porno amateur, Dirk (Mark Whalberg) engañado y golpeado por un grupo de homofóbicos, Buck (Don Cheadle) aprovechando el botín de un robo a una estación de servicio luego de que le hayan negado injustamente un préstamo, etc.) sino también (y esto es importante) en el generoso tamaño del miembro de Dirk, más que nada el resultado del Azar genético. La primer secuencia de Punch-Drunk Love, un espectacular accidente de auto y una camioneta abandonando un armonio frente a Barry (Adam Sandler), testigo azaroso de lo acaecido, demuestran que en el cine de PTA el Azar puede tomar rumbos surreales. En There Will Be Blood, una serie de accidentes azarosos relacionados con el petróleo dejan rengo a Daniel Plainview (Daniel Day-Lewis) y permanentemente sordo a su hijo adoptivo HW (Dillon Freasier).
La destreza de un realizador (o de un programador informático, retomando la analogía del comienzo) radica en su capacidad de enmascarar la naturaleza esencialmente falsa y arbitraria del Azar ideado por él mismo, es decir, encauzar (o atenuar) el extrañamiento que produce en el espectador de la obra en cuestión el accionar de ese Azar manufacturado. PTA dispone los elementos de la puesta en escena de tal forma que diluye esa sensación de falsedad y distanciamiento utilizando dispositivos genéricos (Hard Eight); ironía y reconstrucción del espíritu de época (Boogie Nights); el romanticismo exacerbado y enrarecido y la experimentación formal (Punch-Drunk Love, su pequeña y susurrante obra maestra); la épica y hasta la comedia (There Will Be Blood); consiguiendo siempre buenos resultados. ¿Siempre?… En realidad no tanto. Magnolia, su película menos lograda y, a su vez, la más aclamada (por lo menos hasta la llegada de la “enorme” There Will Be Blood), falla donde las otras aciertan, exponiendo sus costuras en un final con decisiones formales y narrativas erradas (aunque arriesgadas): ejemplarmente la lluvia de ranas y la canción de Aimee Mann cantada por todos los personajes a coro (pero en diferente lugar) como si se tratara de “Hey Jude” en un festival de música “de concientización” mundial. Este tipo de inclusiones forzadas para atar cabos en un relato coral que naufraga en más de un momento la hermana con películas como Crash, aunque sus tesis sean diferentes (no obstante, Magnolia, aún con todos sus desaciertos, es sensiblemente mejor que el bodoque intragable de Haggis). Sin embargo, éste no es el único problema de Magnolia, que recae en muchos de los vicios de Altman (a saber: una mirada profundamente cínica y misantrópica, relatos corales demasiado intrincados y forzados, excesivo miserabilismo en la construcción de los personajes) sin incorporar sus virtudes.
En Magnolia el Azar funciona “uniendo” las historias de los personajes y resignificando lo ocurrido en pos de una tesis central (que incluye sueños rotos, búsquedas truncas de la felicidad, soledad y otras miserias sentimentales). Y el Azar (o más bien su resultado concreto) enfrenta a los personajes con todo aquello (que eso esté explicado, además, mediante la voz en off de un narrador omnisciente muestra otro de los defectos del film: el exceso de literalidad que subraya lo ya presente en las imágenes, algo poco frecuente en el cine de PTA). Este elemento es una constante en sus películas. El Azar enfrenta a los personajes con su pasado, expone sus motivaciones, sus escalas de valores y sus características personales (esto es particularmente notorio en There Will Be Blood, ya que el impenetrable personaje que interpreta Daniel Day-Lewis se nos revela mediante su reacción a una serie de eventos azarosos).
Salvo en Magnolia (dónde funciona más bien como una especie de pegamento que une una historia que se cae a pedazos), el Azar actúa más sobre los personajes que sobre el engranaje del relato. No ocupa un lugar central, pero empuja a los personajes a actuar y, de esa forma, se exponen. Por eso la transparencia del Azar en sus películas. Por esos su relatos, que a veces parecen no avanzar hacia ningún lado, terminan tomando un rumbo firme. Es que, en el cine de PTA, los momentos de equilibrio son efímeros y su sucesión va conformando el relato y la vida de sus personajes. “Me considero un realista”- dice Paul Auster en “El Cuaderno Rojo”, aunque la frase se aplica análogamente a la obra de PTA- “El azar es una parte de la realidad: somos continuamente moldeados por la fuerza de la coincidencia, lo inesperado ocurre con una regularidad casi paralizante durante toda nuestra vida”*.

* La traducción es mía.

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