miércoles, 30 de abril de 2008

Bafici 2008 (Jornada 02)

Ya al tercer día del festival se me planteó un problema: ver películas o escribir sobre ellas. Naturalmente, me incliné por la primera opción. Ya pasado el festival y de regreso al curso de vida habitual, continuaré con la crónica del décimo BAFICI (ahora ex post facto, con un film destacado por jornada), intercalada con comentarios sobre estrenos y otros artículos. Aquí van las películas del jueves 9 de abril.



Construcción de una ciudad (Argentina, 2007) Dirigida por Néstor Frenkel
Documentales sobre ciudades fantasmas, sepultadas o en vías de extinción hay muchos. Los hay poéticos y autobiográficos (El cielo gira), los hay falsamente críticos y televisivos (Up the Yangtze), los hay nostálgicos, los hay turísticos, etc. Pero no hay ninguno como Construcción de una ciudad. Con un tono deliberadamente humorístico e irónico, cuenta la historia de Federación, ciudad entrerriana sepultada bajo el agua por la construcción de la represa de Salto Grande llevada a cabo en 1979, durante la última dictadura. Para albergar a los pobladores de Federación desplazados se edificó una ciudad nueva en las cercanías, Nueva Federación, monumento al feísmo racionalista y a la precariedad (aunque eso, obviamente, no era lo que mostraban los planos entregados a los pobladores antes del traslado). La Arquitectura como mentira administrativa y gubernamental. Los recién llegados a Nueva Federación, negativamente afectados por el hostil y precario entorno al que los mudaron, sufrieron el desarraigo (muchos de los más mayores murieron a causa de eso, según repiten los entrevistados) y la fuerte crisis económica coincidente con la crisis inflacionaria y se encerraron en sus casas, abandonando el ámbito público y comunal transformando a Nueva Federación en una ciudad fantasma. A comienzos de los ’90, en el territorio de dicha ciudad se encontraron yacimientos de aguas termales, lo que generó una acelerada activación económica y social (coincidente con el menemismo) que llega hasta el día de hoy, en el que hordas de hombres y mujeres en bata pasean por la ciudad, se ejercitan con instructores de ambigua sexualidad y hacen city tours a bordo de un falso tren mientras escuchan la historia que les acabo de contar. Es interesante comparar el discurso turístico deliberadamente mitificador y falso y el terrenal y ácido de la película. Construcción de una ciudad es, también, un documental sobre discursos (el arquitectónico, el turístico, el político, pero también el de los pobladores de Nueva Federación) que ocultan, mienten o (se) exponen.
Que esta historia con amargo comienzo y alegre (con muchísimas reservas) resolución esté plasmada en un documental tremendamente cómico no debería ser fuente de demasiada sorpresa, considerando que su director es Nestor Frenkel, autor esa película/cosa indefinible sobre esa banda/cosa indefinible de nombre Reynols. Es evidente que el objetivo de Frenkel es la risa y no la divulgación historiográfica o el análisis sociológico (aunque el film tiene una envidiable claridad expositiva). Y lo logra sin forzar la historia al tono, utilizando la música y, en especial, el montaje como herramientas cómicas. Sin embargo la mayor fuente de humor son los entrevistados, y Frenkel explota esta comicidad dejándolos hablar, mostrando cómo se convierten en perfectos personajes de una hipotética sitcom que parece ser la vida cotidiana en Nueva Federación. Iba a decir “los” explota; he aquí una de las discusiones que despierta Construcción de una Ciudad: hasta qué punto Frenkel potencia el humor que flota en Nueva Federación y hasta qué punto lo genera a costa de sus entrevistados. Es una cuestión que deberán resolver cuando la vean (se estrena el primero de mayo). Aunque, al fin y al cabo (y muchos maestros de la comedia lo saben), la risa es una forma particularmente efectiva de la empatía.
(Se le otorgó una mención especial por parte de la Asociación Cronistas Cinematográficos Argentinos)


Caja Cerrada (Argentina/España, 2008) Dirigida por Martín Solá
Al próximo que les diga, aconsejándoles sobre temas de relaciones amorosas, que “hay suficientes peces en el mar”, muéstrenle esta película. No es una comedia romántica sobre la dificultad de encontrar pareja en el mundo posmoderno, sino un documental sobre peces y el mar, y la particular forma que tiene un grupo de pescadores (españoles algunos, árabes y magrebíes otros) para capturarlos en masa, matarlos y empaquetarlos en la misma acción. Todo esto mostrado en la larga secuencia central de la película, que pasa de lo asombroso (cuando descubrimos que los peces son encajonados mientras aún viven) al absurdo (cuando el torrente de pescados que salen de la red se vuelve hiperbólico), y del absurdo al tedio, cuando la misma repetición mecánica de los mismos procesos de captura y empaquetamiento de los peces es filmada de la misma forma por enésima vez. Es cierto que la imagen del barco teñido del plateado frenético de los peces a punto de morir es visualmente atrayente, pero Jiska Rickels mostró algo similar con mayor vuelo poético y de forma más concisa en el segmento del barco pesquero en 4 Elements, film en competencia oficial del Festival de Mar del Plata del año pasado. Solá confía demasiado en su material, que solo logrará perturbar a los más vegetarianos entre los espectadores, y al resto abrirnos el apetito.
¿Cómo es el pan en este sándwich de pescado que es Caja Cerrada (es decir, qué hay antes y después de la secuencia de la pesca)? Largos planos fijos y encuadres rebuscados del barco, que están más cerca de la pereza que de la osadía, y charlas entre los marineros sobre Europa y sobre la pesca. En otras palabras, hipotéticas escenas eliminadas por falta de tensión dramática e irrelevancia de ese programa sobre el barco pesquero de Discovery Channel... ¿Me habrá quedado sushi en la heladera?


Película Destacada
Profit Motive and the Whispering Wind
(EEUU, 2007) Dirigida por John Gianvito
La Historia tiene sus usos simbólicos en el presente. Quién la usa y con qué objetivo son preguntas que deberíamos hacernos al tratar de entenderla. Estas cuestiones (cuya respuesta explicita la primera parte del título de la película) son las que motivan este film/poema de John Gianvito. A partir de “A People’s History of the United States” (obra historiográfica de cabecera de la izquierda norteamericana) de Howard Zinn, Gianvito recorre Estados Unidos en busca de los lugares en los que se llevaron a cabo las luchas por los derechos humanos y la libertad en su país (más que nada placas conmemorativas) y las tumbas de los olvidados protagonistas de dichas luchas. Y los filma: los planos fijos de las lápidas y placas conmemorativas se complementan con imágenes de árboles y pastizales mecidos por el viento. Ambas imágenes tienen algo en común: muestran en términos visuales aquello que es intangible e invisible (la Historia en el caso de las lápidas, el viento en las imágenes de la Naturaleza). La elección de las tumbas no es completamente arbitraria, Gianvito escoge a aquellos “troublemakers” (indígenas, feministas, negros anti-esclavistas, líderes laboristas, anarquistas, etc.), la mayoría asesinados al enfrentarse a las fuerzas conservadoras y reaccionarias de su país, casi tan desconocidos en Estados Unidos como acá (a los únicos que pude identificar fueron Upton Sinclair y Malcolm X). Evidentemente hay sectores interesados en mantener el Status Quo que excluyen a estas personas y sus luchas en la reconstrucción oficial de la Historia. Gianvito los rescata, realizando un film (y gesto) contestatario poco frecuente en las discusiones políticas de su país. Y no sólo es un film tremendamente inteligente y elocuente (aún si -o gracias a que- está vaciado de sentido e invita a sus espectadores a completarlo, evitando transformarse en un panfleto político), sino que también es extraordinariamente bello y conmovedor (conmover: perturbar, inquietar, alterar, mover fuertemente o con eficacia).
Pero Gianvito no tiene una intención necrófila y tampoco quiere petrificar las figuras que rescata, a pesar de que constantemente filma lápidas hechas de piedra. Él recupera la historia de las luchas y los luchadores marginados por la Historia, pero además identifica una tradición combativa que llega hasta el día de hoy. Tradición poco conocida y difundida, pero que nos revela un costado oculto de una Norteamérica que suponemos políticamente anodina. Las voces de los luchadores del pasado no se apagaron con el tiempo. Están ahí, como el viento susurrante, presentes para el que se preste a escucharlos. El diálogo que establecen los olvidados combatientes del pasado con los actuales (que aparecen hacia el final del film: imágenes de manifestaciones actuales en montaje acelerado marcadas por una percusión estridente que deriva en “La Internacional”) recuerda la frase que inicia el prefacio de “El Anticristo” de Nietzsche: “El pasado mañana me pertenece. Algunos nacen póstumamente”.
(Se le otorgó una mención especial del jurado de la Selección Oficial internacional y el Premio Derechos Humanos)


Ballast (Estados Unidos, 2008) Dirigida por Lance Hammer
Que cada geografía engendra un tipo de carácter común era un concepto muy frecuentado por la Sociología y la Antropología decimonónica y un lugar común en muchos discursos contemporáneos, especialmente dentro del cine generalmente (mal) llamado independiente. Ballast parece adentrarse en este terreno, pero su camino es otro: el desolado, gris y melancólico paisaje del delta del río Mississippi en un particularmente crudo invierno es un reflejo (o metáfora) del igualmente desolado, gris y melancólico interior de sus personajes. La geografía en Ballast no tiene una intención retórica/sociológica, sino poética (sí, como en Flandres; un punto para ustedes por prestar atención). Lance Hammer no pretende juzgar a sus personajes o explicar sus acciones. Él prefiere seguirlos y retratarlos, con una tenacidad (y una forma) que recuerda a las última películas de los belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne. Esto no quiere decir que Ballast no redunde a veces en el miserabilismo (aunque jamás gratuito), en especial en el primer tramo de la película, en el que se detecta peligro de iñarrituismo. Pero luego el film se estabiliza y se desarrolla el relato con sutileza y sin volantazos de guión.
El film narra la historia de una familia disfuncional tras una tragedia (el suicidio del padre de la familia luego de abandonarlos e irse a vivir a la casa de su hermano gemelo idéntico, el intento frustrado de hacerlo de éste). Pero si el término “familia disfuncional” asociado a “tragedia” y “suicidio” les hace suponer que Ballast es otro subproducto indie prefabricado para triunfar en Sundance (se llevó los premios a mejor fotografía y dirección en el festival con base en Utah), el film de Hammer se distancia de ese ya rancio modelo, acercándose a una tradición europea de cine contemplativo y parsimonioso. Claro que no es el único en EEUU en seguir esa tradición: ahí están Terrence Malick y el Van Sant de Gerry en adelante para demostrarlo, además de la bellísima Old Joy de Kelly Reichardt, que compitió en la selección oficial del Bafici del año pasado. El de Hammer es también un cine minimalista y despojado, tanto en lo narrativo como en la puesta en escena y en las actuaciones (todos ellos actores no profesionales oriundos de la región, algo muy común en el cine de festival). Tal vez lo que se le pueda achacar a Ballast es ese tono medio respetuoso, que tiende a la indefinición y en varios momentos a la abulia, pero que no se resiente demasiado gracias a una puesta sólida, profunda e inteligente. Puede ser que a veces se parezca demasiado a otras películas del circuito (Hammer mencionó como una de sus películas favoritas a Stellet Licht de Carlos Reygadas, film presente en el festival y que, según tengo entendido, comparte elementos de estilo y tono con Ballast), pero afortunadamente es uno de los mejores ejemplares de su tipo. Y muy arriesgado, considerando la estandarizada y conservadora producción de sus coterráneos del circuito independiente.
(Ganadora del premio a mejor director de la competencia internacional, el premio SIGNIS y el premio FIPRESCI)

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jueves, 10 de abril de 2008

Bafici 2008 (Jornada 01)

Bueno... Se largó el Bafici. El primer asunto llamativo, aunque podíamos predecirlo por la masiva venta de entradas anticipadas, fue la cantidad de espectadores que, más allá de ser miércoles, ocupó las salas del Abasto, llenando muchas de las funciones, desde la primera (Joy Division de Grant Gee) hasta la última (Secrets Behind the Wall, de Koji Wakamatsu). Si esta tendencia se mantiene, el fin de semana en el Abasto va a ser un caos absoluto.
A continuación comentaré las películas que vi. Antes, una aclaración: el diálogo con Pen-Ek Ratanaruang se pasó al miércoles 16 a las a las 19 horas en el punto de encuentro del Abasto y no el viernes 18 a las 16 horas, como estaba previsto.

My Brother’s Wedding (Estados Unidos, 1983) Dirigida por Charles Burnett
Lejos del Blaxploitation setentista (acá no hay estereotipos positivos o negativos) y de las películas sobre conflictos raciales norteamericanos alla Spike Lee (de hecho, no aparece en escena ningún blanco), Burnett crea, en su segundo largometraje, una historia vagamente narrativa en la que dos fuerzas entran en tensión: la inocencia (expuesta en las melosas canciones pop de los ’50 y de motown, alusión a Smokey Robinson incluida) y la palpable violencia de un Los Angeles de principios de los ’80 extrañamente baldío y vacío. Una escena muestra esta tensión de forma clara: Pierce (el protagonista) está correteando con su amigo recién salido de la cárcel hasta dar a parar al jardín de una casa, de donde deberán huir ya que el dueño sale con un revolver listo para disparar. La violencia y la posibilidad de la muerte es el limite de la inocencia, parece decirnos Burnett, anticipando el derramamiento de sangre entre pandillas que tomaría por asalto a la comunidad negra urbana en las siguientes décadas.
El deambular sin rumbo ni objetivos de Pierce (¿un “proto-slacker” tal vez?) que contrasta con la cómoda certeza del plan de vida de su hermano y su prometida, ponen en jaque al “haz lo correcto” y deposita al film en una incómoda zona gris. Es imposible saber qué mandatos respetar (los religiosos, los familiares, los fraternales), a quién rendir fidelidad, qué camino seguir. O quién es el enemigo: “los médicos y los abogados” (en definitiva, los ricos y poderosos) dirá Pierce; “los políticos” retrucará el pequeñoburgués padre de su futura cuñada. En una difícil posición ajena a toda certeza (aunque con principios claros: Pierce no quiere ir a la cárcel, pero tampoco adormecerse en una cómoda existencia burguesa) transcurre este retrato casi costumbrista (en el sentido que muestra su cotidianeidad) de la vida de una comunidad negra urbana de bajos recursos en los principios de la América reaganiana.
(Se proyectará el viernes 11 a las 18:45 y el domingo 13 a las 12:45 en el Abasto)

Jogo de Cena (Brasil, 2007) Dirigida por Eduardo Coutinho
La anécdota de este film es harto conocida: Coutinho coloca un artículo en los clasificados de un diario buscando mujeres que quieran contar su historia de vida. Selecciona a algunas que se presentan y las filma (en el escenario de un teatro, ellas de espalda a las butacas) mientras cuentan su historia. Acto seguido, contrata a un grupo de actrices para que estudien las historias de estas mujeres y las interpreten (es decir, que actúen o hagan el papel de estas mujeres) en el mismo teatro, filmadas de la misma forma. Y Coutinho nos las muestra intercaladas, la protagonista verdadera de la historia y la actriz contando los mismos sucesos. O a veces la “falsa” contando la historia y luego revelando el artificio o reflexionando sobre él (notable la actriz que interpreta la historia de otra mujer con un alto grado de ¿verosimilitud?, para luego mirar a cámara y decir “eso es lo que ella dijo”). Aunque muchos se sientan tentados a hacerlo (yo me incluyo), detectar cuál es la actriz y cuál la verdadera es sólo un aspecto lateral de la cuestión. Eliminando el espacio entre la ficción y el documental (mientras que sus anteriores obras anclaban en la última), Coutinho cuestiona hasta qué punto las mujeres que dan su testimonio están creando un personaje de sí mismas. Entonces, más que un documental de cabezas parlantes (sus documentales anteriores entran en este género), Jogo de Cena es un “documental” de máscaras parlantes. Las potenciales consecuencias de esto sobre su obra anterior mirada en retrospectiva son enormes.
Una de las preguntas que el film despierta y de la que Coutinho no se hace del todo cargo es el grado en que nos adueñamos de historias ajenas (o de formas de contarlas, particularmente aquellas de la televisión y el cine; por eso muchas de las historias se adentran en el melodrama) para formular nuestro discurso o testimonio. De qué manera nuestro punto de vista sobre otros y sobre nosotros mismos está filtrado por las formas que adquirimos social y culturalmente. Un ejemplo de esto es la mujer que decide contar la relación que tiene con su hija que vive en Estados Unidos narrando el argumento de Buscando a Nemo. Aunque, tal vez, este sea el tema de un próximo documental de máscaras parlantes.
(Se proyectará el viernes 11 a las 19 en el Atlas Santa Fe y el lunes 14 a las 19:30 en el Malba)

En la Ciudad de Sylvia (España/Francia, 2007) Dirigida por José Luis Guerín
No es fácil encontrar películas tan placenteras como En la Ciudad de Sylvia. El último largo de ficción del catalán José Luis Guerín genera un placer similar al que genera, vía Rohmer, el díptico de Richard Linklater Antes del Amanecer/Atardecer. No es casual la alusión a Rohmer, ya que ambos parecen tomar elementos del realizador francés, en especial de sus “cuentos morales” y sus “cuentos de las cuatro estaciones”. Sin embargo, y acá es donde Guerín se distancia de Linklater, En la ciudad de Sylvia se apropia de la dimensión pictórica de la mirada del cine de Rohmer, relegando la dimensión literaria y las palabras (eso no quiere decir que no haya diálogos importantes, como aquel en el tranvía; y mucho menos que la dimensión sonora sea irrelevante: cierren los ojos durante la proyección y se darán cuenta que parte del placer que transmite En la Ciudad de Sylvia radica también en el muy fino trabajo con el sonido).
La Mirada, ese es el elemento central de la película. Un joven está sentado en un bar, mirando. Él busca a una mujer en especial, pero se distrae observando a todas y retratándolas en su cuaderno. Ellas son todas bellas y él se divierte viéndolas gesticular. Podrían llamar a este segmento “superficial” y tal vez lo sea (en última instancia, lo que capta la mirada en lo inmediato es la superficie de las cosas), pero uno comparte con él la certeza de que podríamos enamorarnos de cada una de ellas. Esa escena, que dura alrededor de 20 minutos y casi no tiene diálogos (analizada con precisión por David Bordwell en su blog: http://www.davidbordwell.net/blog/?p=1457), es el momento más maravilloso de un film lleno de momentos ídem, en el que quién mira (el punto de vista) y cómo lo hace (la forma de la mirada) es central. Guerín jugará con ambos elementos en la larga secuencia que sigue a la del bar, una persecución por las laberínticas calles de Estrasburgo. Tanto una oda a la mujer, como al placer de observar y ser observado y al cine (el de principios y el de ahora), En la ciudad de Sylvia es, sin duda, uno de los imperdibles del festival.
(Se proyectará el sábado 12 a las 18 en el Abasto y el domingo 13 a las 14:30 en la sala Lugones del Teatro San Martín)



Andalucía (Francia, 2008) Dirigida por Alain Gomis
Si hay algo que no se le puede recriminar al segundo film de Alain Gomis es su falta de miedo al ridículo, al pastiche, a la montaña rusa de tono y al delirio. En Andalucía, Yacine (musulmán e hijo de inmigrantes senegaleses) vaga por París sin ningún objetivo. A veces va a trabajar (es asistente social), a veces tienen relaciones sexuales con diferentes mujeres, a veces se encuentra con un grupo de pobres que rondan una plaza, a veces visita a sus padres y a veces simplemente va hasta encontrarse con algo. El rejunte de etnias que conviven en la París que propone Alain Gomis no chocan entre sí, sino que aprenden unas de las otras y se reclaman cosas constantemente. La cohesión interna del film es bastante débil y la arbitrariedad está al orden del día, por eso Andalucía parece en ocasiones un conjunto de viñetas más o menos efectivas. Tal vez esa falta de cohesión interna es una búsqueda conciente de la película, pero la suma de viñetas se vuelve cansadora por acumulación, hasta derivar en un final forzado y artificioso. Aunque algunos ácidos comentarios sobre la sociedad y el cine francés y algunos chistes bien puestos por momentos sostienen la película.
(Se proyectará el jueves 10 a las 13:15 en el Abasto y el viernes 11 a las 22 en el cine Cosmos)

Programa para los siguientes días
Jueves 10:
16:00 – Construcción de una ciudad (de Nestor Frenkel) en el Abasto
18:45 – Caja cerrada (de Martín Solá) en el Abasto
20:45 – Profit Motive and the Whispering Wind (de John Gianvito) en el Abasto
22:45 – Ballast (de Lance Hammer) en el Abasto

Sábado 12:
12:45 – Citizen Havel (de P. Koutecky/ M. Janek) en el Abasto
15:15 – La Question Humaine (de Nicolas Klotz) en el Abasto
20:00 – Up The Yangtze (de Chang Yung) en el Abasto
22:15 – La Blessure (de Nicolas Klotz) en el Abasto

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martes, 8 de abril de 2008

Bafici 2008 (Jornada 00)

Se interrumpe el fluir natural de este blog para dar paso a la cobertura/crónica del décimo Bafici mientras sucede. La segunda y tercera parte de los “Apuntes sobre PT Anderson” volverán cuando finalice el evento. Les comento como será el método de la “cobertura”: cada uno, dos, tres días (según cuándo encuentre tiempo libre entre el festival, la música, la facultad, etc.) publicaré breves comentarios y pareceres sobre las películas que voy viendo y sobre el festival en general. También voy a anticipar las películas que veré en los siguientes días, con sus respectivos horarios y funciones, para que sepan sobre cuáles hablaré y también dónde van a poder encontrarme, por si quieren felicitarme o agredirme físicamente por alguno de los comentarios. O simplemente saludarme...
Poco puedo recomendar sobre la programación del festival, porque sólo vi una de las películas que van a exhibir y porque otros que saben y han visto más lo han hecho. Entre ellos http://www.otroscines.com/ (Diego Batlle y compañía), http://www.lalectoraprovisoria.com.ar/ (Quintín y compañía) y http://www.elamante.com/ (Gustavo Noriega y compañía). La que sí pude ver es Ploy, el sexto largometraje del tailandés Pen-Ek Ratanaruang, que además pasará por el festival para presentar la película y participar de un diálogo abierto al público.

Ploy (Tailandia, 2007) Dirigida por Pen-Ek Ratanaruang
Como en Last Life in the Universe y en Invisible Waves (sus dos films anteriores), Ploy comienza con un viaje hacia Tailandia. Pero, a diferencia de aquellas películas, el viaje lo realizan una pareja tailandesa que vuelve a su tierra para asistir a un funeral. Él es dueño de un restaurante en Estados Unidos; ella es una ex-estrella de cine tailandesa ahora retirada y celosa patológica. Ya en el hotel el marido sale a tomar un café y comprar cigarrillos mientras la mujer descansa. Allí conoce a Ploy, una adolescente que espera el arribo del vuelo en el que viaja su madre. Él la invita a esperar a su cuarto para que pueda asearse y descansar. De allí en adelante se desarrolla uno de sus típicos dramas intimistas, cancinos y claustrofóbicos (Pen-Ek no está pisando terreno desconocido en Ploy), pero esta vez se aleja del mundo de los yakuzas y se adentra en un relato sobre el desgaste del matrimonio y el deseo sexual enmarcado en un laberinto de sueños (que no onírico) que, lamentablemente, no siempre funciona. Si bien es inferior a Last Life in the Universe y a Invisible Waves, Ploy es una propuesta más que atendible aunque sea sólo por el inagotable talento de Pen-Ek Ratanaruang para encuadrar (y encuadrar dentro del cuadro), por su estilizada y romántica fotografía (aquí sin Christopher Doyle, aunque con la ayuda de Chankit Chamnivikaipong, el director de fotografía de sus tres primeras películas) y por la hermosa forma de filmar las (varias) escenas de sexo.
(Ploy se proyectará el martes 15 a las 23 y el miércoles 16 a las 17:15 en el Abasto y el jueves 17 a las 20:15 en el Atlas Santa Fe. El “Diálogo con Pen-Ek Ratanaruang - El Espectador en el Laberinto” se realizará en el Auditorio Museo de los Niños en el Abasto el viernes 18 a las 16 horas.)

Programa para los siguientes días
Miércoles 9:
14:45 – My Brother’s Wedding (de Charles Burnett) en el Abasto
17:15 – Jogo de Cena (de Eduardo Coutinho) en el Abasto
20:45 – En la ciudad de Sylvia (de José Luis Guerín) en el Abasto
23:00 – Andalucía (de Arain Gomiz) en el Abasto

Jueves 10:
16:00 – Construcción de una ciudad (de Nestor Frenkel) en el Abasto
18:45 – Caja cerrada (de Martín Solá) en el Abasto
20:45 – Profit Motive and the Whispering Wind (de John Gianvito) en el Abasto
22:45 – Ballast (de Lance Hammer) en el Abasto

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lunes, 24 de marzo de 2008

PT Anderson (Primera Parte)

Señores... Este cambio de diseño que Uds. perfectamente pueden apreciar es síntoma de un cambio más profundo en El Butacazo. El antiguo objetivo (utópico quizás, considerando su magnitud y mis pocas ganas de hablar de ciertas películas) de hacer un análisis relativamente minucioso de TODAS las películas que vi en el Festival de Mar del Plata y el Bafici dio paso a uno más amplio y libre, menos programático. Ahora, en El Butacazo, escribiré textos/artículos/críticas cuyo objeto sea directa o tangencialmente el Cine (así, con mayúscula). Quién quiera publicar uno suyo en este espacio, podrá hacerlo previa revisión de quién les habla (mi dirección de correo electrónico sigue en el área de “sobre el autor”). Además del nuevo diseño y tema, El Butacazo cuenta con un nuevo apartado de “secciones” más o menos estables, más o menos arbitrarias, un inútil vínculo que reza “Leer más” que quitaré cuando sepa un poco más de programación en Html y, prometo, una cobertura del décimo Bafici “as it happens”.
Ahora las malas noticias. Mientras estaba armando el nuevo diseño, una modificación en el código Html trajo como nefasto resultado una categórica pantalla en blanco en el lugar que solía ocupar elbutacazo.blogspot.com. Como consecuencia de esto, tuve que dar de baja el blog y recomenzar de cero. Ahora el blog está mas lindo que nunca y volví a publicar los textos del anterior blog, perdiendo, lamentablemente, los comentarios que hicieron en su momento en dichos artículos. Pueden volver a leerlos (accedan a ellos desde el archivo o desde el nuevo apartado de “secciones”) y, si lo desean, vuelvan a comentarlos. Por ahora los dejo con el primer texto de la nueva etapa de El Butacazo, un estudio (en tres entregas) sobre la obra y el estilo del director estadounidense Paul Thomas Anderson, a propósito de la recientemente estrenada There Will Be Blood. A su salud...

Apuntes sobre Paul Thomas Anderson
Nº 1: La Música del Azar

La informática y la ficción comparten un problema intrínseco a ambas: su incapacidad para producir Azar. Esa fuerza impredecible e irreductible les es esquiva a ambas por la simple razón que no admite intervención más allá de su arbitrario principio generador. La forma que tanto la informática como la ficción tienen para salvar este bache esencial es reproducir (recrear) el Azar. Es decir, mediante modelos matemáticos de diversa complejidad en el caso de la primera y procedimientos narrativos en el caso de la segunda, dar la ilusión que se está frente a los designios del Azar, cuando, en realidad, se trata de elecciones concientes y programadas que tratan de ocultar su propia falsedad. Sobre la influencia del Azar en nuestras vidas, Paul Auster, novelista diestro en esto de manufacturar (falsos) azares, dijo en su “Trilogía de Nueva York”: “Al final, toda vida no es más que una suma de hechos contingentes, una crónica de intersecciones del azar, de golpes de suerte, de eventos azarosos que revelan sólo su propia falta de propósito”*. ¿Cómo capturar entonces estos “eventos azarosos sin propósito”? ¿Cómo hacer ficción (y, en el mejor de los casos, Arte) con un material tan esquivo como el Azar?.
En la obra del cineasta Californiano Paul Thomas Anderson (“PTA” de ahora en más) el Azar juega un papel esencial. Ya desde su opera prima, la poca vista Hard Eight (distribuida acá con el nombre Vivir del Azar), los personajes son empujados por impredecibles coincidencias. Y aunque al principio de dicha película Sydney (Philip Baker Hall) le enseña a John (John C. Reilly) un método para ganar dinero en los casinos sin involucrar al Azar y el film amenaza (por desarrollarse en casinos y por su estructura de “buddy movie”) con volverse una versión sin humor de California Split de su admirado Robert Altman, pronto el Azar alcanza a Sydney y lo enfrenta a su pasado mientras revela sus motivaciones ocultas. Es interesante en Hard Eight el doble juego de negación (en el método para ganar dinero en el casino, pero también con el “aparente” encuentro fortuito entre Sydney y John que en realidad no lo es) y luego afirmación del poder del Azar.
Un apresurado repaso por la filmografía de PTA confirmarían que la hipótesis del Azar no es puro delirio interpretativo. En Boogie Nights el Azar no sólo se manifiesta en el momento de decadencia de los personajes (Rollergirl (Heather Graham) encontrándose con un ex compañero del secundario en pleno rodaje de una película porno amateur, Dirk (Mark Whalberg) engañado y golpeado por un grupo de homofóbicos, Buck (Don Cheadle) aprovechando el botín de un robo a una estación de servicio luego de que le hayan negado injustamente un préstamo, etc.) sino también (y esto es importante) en el generoso tamaño del miembro de Dirk, más que nada el resultado del Azar genético. La primer secuencia de Punch-Drunk Love, un espectacular accidente de auto y una camioneta abandonando un armonio frente a Barry (Adam Sandler), testigo azaroso de lo acaecido, demuestran que en el cine de PTA el Azar puede tomar rumbos surreales. En There Will Be Blood, una serie de accidentes azarosos relacionados con el petróleo dejan rengo a Daniel Plainview (Daniel Day-Lewis) y permanentemente sordo a su hijo adoptivo HW (Dillon Freasier).
La destreza de un realizador (o de un programador informático, retomando la analogía del comienzo) radica en su capacidad de enmascarar la naturaleza esencialmente falsa y arbitraria del Azar ideado por él mismo, es decir, encauzar (o atenuar) el extrañamiento que produce en el espectador de la obra en cuestión el accionar de ese Azar manufacturado. PTA dispone los elementos de la puesta en escena de tal forma que diluye esa sensación de falsedad y distanciamiento utilizando dispositivos genéricos (Hard Eight); ironía y reconstrucción del espíritu de época (Boogie Nights); el romanticismo exacerbado y enrarecido y la experimentación formal (Punch-Drunk Love, su pequeña y susurrante obra maestra); la épica y hasta la comedia (There Will Be Blood); consiguiendo siempre buenos resultados. ¿Siempre?… En realidad no tanto. Magnolia, su película menos lograda y, a su vez, la más aclamada (por lo menos hasta la llegada de la “enorme” There Will Be Blood), falla donde las otras aciertan, exponiendo sus costuras en un final con decisiones formales y narrativas erradas (aunque arriesgadas): ejemplarmente la lluvia de ranas y la canción de Aimee Mann cantada por todos los personajes a coro (pero en diferente lugar) como si se tratara de “Hey Jude” en un festival de música “de concientización” mundial. Este tipo de inclusiones forzadas para atar cabos en un relato coral que naufraga en más de un momento la hermana con películas como Crash, aunque sus tesis sean diferentes (no obstante, Magnolia, aún con todos sus desaciertos, es sensiblemente mejor que el bodoque intragable de Haggis). Sin embargo, éste no es el único problema de Magnolia, que recae en muchos de los vicios de Altman (a saber: una mirada profundamente cínica y misantrópica, relatos corales demasiado intrincados y forzados, excesivo miserabilismo en la construcción de los personajes) sin incorporar sus virtudes.
En Magnolia el Azar funciona “uniendo” las historias de los personajes y resignificando lo ocurrido en pos de una tesis central (que incluye sueños rotos, búsquedas truncas de la felicidad, soledad y otras miserias sentimentales). Y el Azar (o más bien su resultado concreto) enfrenta a los personajes con todo aquello (que eso esté explicado, además, mediante la voz en off de un narrador omnisciente muestra otro de los defectos del film: el exceso de literalidad que subraya lo ya presente en las imágenes, algo poco frecuente en el cine de PTA). Este elemento es una constante en sus películas. El Azar enfrenta a los personajes con su pasado, expone sus motivaciones, sus escalas de valores y sus características personales (esto es particularmente notorio en There Will Be Blood, ya que el impenetrable personaje que interpreta Daniel Day-Lewis se nos revela mediante su reacción a una serie de eventos azarosos).
Salvo en Magnolia (dónde funciona más bien como una especie de pegamento que une una historia que se cae a pedazos), el Azar actúa más sobre los personajes que sobre el engranaje del relato. No ocupa un lugar central, pero empuja a los personajes a actuar y, de esa forma, se exponen. Por eso la transparencia del Azar en sus películas. Por esos su relatos, que a veces parecen no avanzar hacia ningún lado, terminan tomando un rumbo firme. Es que, en el cine de PTA, los momentos de equilibrio son efímeros y su sucesión va conformando el relato y la vida de sus personajes. “Me considero un realista”- dice Paul Auster en “El Cuaderno Rojo”, aunque la frase se aplica análogamente a la obra de PTA- “El azar es una parte de la realidad: somos continuamente moldeados por la fuerza de la coincidencia, lo inesperado ocurre con una regularidad casi paralizante durante toda nuestra vida”*.

* La traducción es mía.

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jueves, 13 de marzo de 2008

Honor de Cavallería

Ok. Hace poco más de 400 años, un desquiciado escribió una novela en parte como sátira de las novelas de caballeresca, en parte como apunte de la sociedad española de su época. En ella, un desquiciado (y alucinado) hidalgo atraviesa una serie de aventuras junto al escudero más famoso de la literatura universal, Sancho Panza. Hace poco más de un año, un desquiciado director de cine decidió hacer una desquiciada versión libre de esta novela. La película fue seleccionada para participar de la sección “Quinzaine des Réalisateurs” en el festival de Cannes del año pasado (y es sabido que sus encargados son desquiciados). En un infrecuente ataque de desquicio, el festival de cine de Mar del Plata seleccionó a Honor de Cavallería (tal es el nombre del film en cuestión) para participar en su competencia oficial. Desquiciados como siempre, la gente de 791 cine adquirió los derechos de distribución de la película y la estrenó en fílmico (¡¡¡¡EN FÍLMICO!!!!) en el cine Lorca. Es decir, Honor de Cavallería llegó a esa sala porteña gracias a una cadena de desquiciados y desquicios. Aprovechen y vayan a verla.
En otro orden de cosas, se hizo pública una carta que el actual director del Bafici, Fernando Martín Peña, escribió al futuro (incógnita) ministro de cultura de la ciudad increpándolo sobre el futuro del festival. La carta está impecablemente fundamentada y la pueden encontrar acá. Nos queda temer por la desaparición de uno de los festivales de cine más importantes de Latinoamérica.

Del problema de la adaptación cinematográfica

A propósito de Honor de Cavallería (España, 2006, 110’) Dirigida por Albert Serra

Sección: Competencia Oficial Internacional

En un texto anterior (sobre Ficció de Cesc Gay) mencioné las diferencias entre el cine español actual y el cine catalán. Mencioné varias películas catalanas que escapaban el molde televisivo o excesivamente academicista del cine español, como Más allá del espejo o la propia Ficció (agregaría también El cielo gira, hermoso y melancólico documental de Mercedes Álvarez). Honor de Cavallería del catalán Albert Serra entra de lleno en esta categoría, pero de forma quizás más radical que las ya mencionadas. Quintín, en un texto publicado en el sitio Otros Cines, llamó a la película “el OVNI catalán”, por la radicalidad y la originalidad de su propuesta. Menos deliberadamente anti-Hollywoodense que INLAND EMPIRE, es, sin embargo, tan o aún más radical que el film de Lynch. Pero es radical desde otro paradigma: mientras que INLAND EMPIRE es excesiva, sobrecargada, generosa, mutable, saludablemente contradictoria, Honor de Cavallería es minimalista, reposada, pequeña e íntima. Sin embargo, a pesar de las evidentes diferencias de estilo entre las dos películas, ambas dividieron las aguas entre críticos y público como pocas en los últimos tiempos. Que en su primer fin de semana de estreno, Honor de Cavallería haya tenido el segundo mejor promedio de audiencia por sala (en un solo cine), y que, a la vez, haya generado una aluvión de cartas de lectores quejándose de los críticos que alabaron el film, evidencia esta división extrema de opiniones. Pero la pregunta obligada es hasta qué punto Honor de Cavallería es la obra original e innovadora que sus defensores alegan y hasta qué punto es un gesto de provocación estéril sólo apto para iniciados.
Mencioné anteriormente que Honor de Cavallería es una adaptación libre de una novela (“El ingenioso hidalgo Don Quixote de la Mancha” de Miguel de Cervantes Saavedra). Decir esto no sería completamente justo con la película: Honor de Cavallería se centra en los hipotéticos tiempos muertos de la novela. En este contexto, la palabra “adaptación” deja de ser pertinente, por lo que convendría llamarla “falsa adaptación”. Por esto analizarla “desde” el texto (“El Quijote” en cuestión) no tiene mucho sentido. Es interesante, de todas maneras, comparar los puntos de ruptura y las constantes entre ambas obras, miradas no una como apéndice de la otra, sino como dos producciones independientes que dialogan consigo mismas y con otras obras.
Honor de Cavallería dialoga principalmente con Lancelot du Lac, film del francés Robert Bresson, que continúa la historia de los míticos caballeros de la mesa redonda en dónde la leyenda acaba. Y lo hace con su usual puesta en escena ascética y actuaciones ídem. El film de Serra va aún más lejos, reduciendo los personajes a dos y anulando todo indicio de relato, o al menos en su concepción convencional. El Quijote y Sancho, protagonistas (casi) exclusivos de la película, vagan por el campo sin ningún objetivo concreto. El Quijote se encuentra en un estado definitivamente decadente: sus días de aventuras parecen a punto de acabar. Sin embargo, su simpática verborrea (al menos comparada con el casi absoluto mutismo de Sancho) lo transforman en un personaje definitivamente vital, aún si el fin, inevitablemente, se le aproxima. Los monólogos que el Quijote enuncia (y que Sancho escucha en silencio entre la admiración y la incomprensión absoluta) transparentan fragmentos de su cosmovisión, un cristianismo personal y trágico fusionado con encantadoras nociones del heroísmo y perpetuas búsquedas de ideales.
Sus monólogos, como todos los diálogos de la película, son en catalán. Este es la más evidente y profunda ruptura con respecto al texto de Cervantes. Y, a diferencia de lo que sucede en Ficció, es un gesto definitivamente provocador, tratándose de la novela fundante de la lengua española (comparable a “La divina comedia” de Dante y la lengua italiana o a “Los cuentos de Canterbury” de Chaucer y la inglesa). Pero no es una “traición” a la novela de Cervantes porque, como dije antes, no se plantea como una adaptación sino como una “falsa adaptación”. Es casi un logro de la lengua catalana que la película se haya distribuido con su título original en catalán, como no sucedió con la de Cesc Gay.
Como en el cine de Antonioni, Honor de Cavallería aprovecha los tiempos vacíos y la puesta espacial. Pero, a diferencia del director Italiano, en Honor de Cavallería el paisaje no dice nada de la subjetividad de los personajes o de sus dudas existenciales. Más bien refleja la visión panteísta tan intrínsicamente ligada a su puesta. Y como Lisandro Alonso, el film de Serra apuesta a la armonía entre el ser humano y la Naturaleza. Sin embargo, la relación de Honor de Cavallería con el cine es más conflictiva que la enumeración de influencias darían a suponer. Al igual que INLAND EMPIRE, que se posiciona dentro de Hollywood (gran parte del relato transcurre en Los Ángeles o dentro de un set de filmación) para atacarlo, Honor de Cavallería adopta una postura rupturista con respecto a las películas que adaptan novelas, tratándose ella misma de una adaptación (o “falsa adaptación”, como expliqué previamente). El film de Serra no es una adaptación parasitaria de la obra original, como suele ocurrir con las adaptaciones en general. Por el contrario, es una obra independiente que, más allá de algunas pocas referencias a la novela (el nombre de los personajes y algunos diálogos), no le “debe” nada a la obra. Es interesante que haya escogido esta novela en especial para realizar esta “falsa adaptación”, que en su momento les fue esquiva a Orson Welles y a Terry Gilliam. De esta forma Honor de Cavallería se va revelando como una película sobre la adaptación de “El Quijote”, logrando un efecto de “making of” sostenido por el amateurismo de las actuaciones. Acá encontramos una similitud muy importante entre la novela y el film: su espíritu rupturista dentro del “género” que lo enmarca (la caballeresca en la novela y la adaptación en el film).
La ausencia de palabras (es decir, la emancipación de la dimensión literaria en la película) hace que el film se valga casi exclusivamente de las imágenes. En otras palabras, Honor de Cavallería es una película completamente cinematográfica. Por esto la puesta en escena es el principal atractivo de la película. Serra logra algo notable con respecto a esto: utilizando una especie de “naturalismo medieval” (en oposición al “naturalismo urbano costumbrista” ya tantas veces visto) arma un fresco moderno y encantador sobre la cotidianeidad del lunático caballero y su fiel y algo bobo escudero, una versión a la vez medieval y contemporánea del gordo y el flaco. Y para realizarlo utiliza exclusivamente luz natural, locaciones ídem y cámaras digitales. La fotografía no recae en el preciosismo paisajista fácil sino, como dije antes, ayuda a acentuar el efecto panteísta de la puesta. La combinación entre el ritmo cansino, la ausencia del relato y la belleza de la fotografía hacen de Honor de Cavallería un film hipnótico, libre y pequeño.
Si Honor de Cavallería posee todas estas cualidades (es libre, pequeña, encantadora y hasta humorística), ¿por qué despierta tal nivel de rechazo en gran parte de la audiencia y en un sector grande de la crítica? Es una pregunta difícil de contestar y remite a lo que mencioné en el primer párrafo de este texto. Respondiendo a lo planteado allí, en efecto Honor de Cavallería es una película original (por su puesta en escena minimalista hasta las últimas consecuencias, por su decisión de eludir cualquier atisbo de relato al adaptar una épica, por ser definitivamente climática pero negarse a los clímax) y es también una película provocativa. Y es provocativa en un buen sentido, ya que provoca sensaciones en la audiencia que la empuja a tomar una postura activa frente a ella: sea levantarse e irse del cine, sea completar el sentido dentro del vacío argumental en el que se sume la película, sea escribir un texto sobre ella (lo que están leyendo ahora), sea reírse de uno mismo y de la importancia que le da a la película, sea mandar cartas a los diarios enfurecidamente contra el crítico que recomendó semejante bazofia, sea maravillarse con los tiempos muertos o derretirse frente a la simpatía de los protagonistas, o sea indignarse, como lo hizo la señora sentada detrás de mí en una escena en particular en la que el Quijote llevaba a Sancho de la mano mientras le explicaba alguna tontería sobre el universo, y gritar “¡Pobre Cervantes!” durante la proyección. Frente a la abulia generalizada en la que la mayor parte de la producción cinematográfica (y de otras artes también) sume a su audiencia, Honor de Cavallería es una película indispensable. A propósito de lo que gritó la señora: Honor de Cavallería, aunque no es la adaptación que esta señora esperaba de la novela de Cervantes, recupera (adapta) el espíritu lúdico, cómico, paródico y de ruptura de “El ingenioso hidalgo Don Quixote de la Mancha”, realizando un film estupendo que se nutre, pero no depende, de la novela. Cervantes estaría orgulloso.

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Directo a Video: Paprika

Estrenamos una nueva sección (y cuando digo “estrenamos” quiero decir “estreno”) una nueva sección del Butacazo, con las películas editadas en DVD que pasaron por Mar del Plata o el Bafici (y que yo vi). Por ahora llamémosla “Directo a Video”. Y qué mejor forma de comenzar con una sección que con la última película de Satoshi Kon, uno de los más reconocidos animadores japoneses. Paprika, que pasó por el festival de Venecia el año pasado y tuvo un estreno reducido en EEUU para poder ser nominada a los premios Oscar (nominación que no consiguió), pasó por el Bafici de este año y se acaba de editar en DVD (probablemente la puedan encontrar en el video club amigo).

El sueño colectivo

A propósito de Paprika (Japón, 2006, 90’) Dirigida por Satoshi Kon

Por su capacidad de subvertir la lógica cotidiana desde las imágenes y por su habilidad para desarrollar narrativas no convencionales (es decir, por su dimensión visual y narrativa), el cine ha sido desde sus inicios una disciplina predilecta para la exploración onírica. Un poco de conocimiento de la historia del cine confirmaría esta teoría: pensemos, por ejemplo, en el clima enrarecido de las películas de Georges Méliès o de las del expresionismo alemán de la década del ’20. Por esa misma época empezaban los experimentos dadaístas de Luis Buñuel y Man Ray. Generalmente asociado a (y representado mediante) la lógica (o falta de ella) surrealista, el espacio onírico no necesariamente debe corresponderse con aquella. Por ejemplo, en La infancia de Iván, ópera prima del soviético Andrei Tarkovsky, las ensoñaciones del protagonista, más allá de algunos juegos de perspectiva y fondos en negativo, responden a una lógica casi realista (en especial el último sueño). En ese manual de platonismo “for dummies” llamado Matrix, el sueño universal e inducido por las máquinas en el que la Humanidad estaba sumida era una simulación perfecta del mundo de principios del siglo XXI. En la última película de Michel Gondry, The science of sleep, las secuencias oníricas de cartón pintado son más freudianas y “cool” que surrealistas.
Sin embargo, es quizá en el cine de animación donde la comunión entre el cine y los sueños se hace más explícita. Piensen en las películas de Disney. Piensen en Alicia en el país de las maravillas o en Fantasía. Piensen en el trabajo de Hayao Miyazaki o en Waking up life de Richard Linklater (film con el que Paprika tiene varios puntos en común). La propia técnica de animación (sea Stop Motion, dibujos o animación por computadora) expone el artificio y rompe el estrecho vínculo que el cine tiene con la realidad (al fin y al cabo, lo que capta la cámara al encenderse es una imagen perteneciente a “lo real”). La animación crea mundos en los que todo es posible, como en los sueños. La realidad está marcada por sus límites físicos y de toda índole.
Antes de empezar a hablar de Paprika, film que se cuestiona el límite entre los sueños y la realidad y se pregunta cuál es el rol del cine en este vínculo, considero importante dejar en claro ciertas problemáticas con el concepto que manejamos de “realidad”. La realidad es una construcción social, y, como tal, colectiva. Esto tiene varias consecuencias: en principio, la realidad puede no corresponderse con “lo real” (distinción lacaniana por antonomasia), es decir, aquello que “es” por fuera de la experiencia humana. Por otro lado, vamos a empezar a hablar de varias realidades y no de una única, ya que también es imposible hablar de una sociedad única y universal. Esta tesis también implica que la realidad (o las realidades, mejor dicho), a diferencia de “lo real”, no es inmutable, sino que está constante e inevitablemente en movimiento, inventándose y reinventándose. La realidad es plural (porque no es una sola sino muchas), histórica y variable.
La mayor parte de la obra de Satoshi Kon (excepto Tokyo godfathers, una “anomalía” dentro de su filmografía) da cuenta del carácter transmutable y plural de la realidad. Tanto en Perfect Blue como en Millennium Actress los límites de la realidad se desdibujan y dan paso, esta es una de las constantes de su obra, a un espacio en el que los sueños y diversos componentes de la cultura pop se entretejen. Esta última aparece también en Tokyo godfathers pero de forma más atenuada, ya que sus protagonistas son tres marginales (un travesti, un vagabundo borracho y una adolescente que se fugó de su casa), y su acceso a la cultura pop es más restringido que las actrices de Perfect Blue y Millennium Actress y que los protagonistas de Paprika. Tokyo godfathers es una adaptación libre y contemporánea de 3 godfathers, uno de los tantos westerns del combo John Ford/John Wayne. Esto nos da otra clave para comprender el cine de Satoshi Kon: la cinefilia como componente del relato. Esto es particularmente evidente en Millennium Actress, en el que una actriz, una periodista y un cameraman naufragaban por un mar de recuerdos que revisionaban la historia del cine Japonés. Tomemos estos dos elementos del cine de Satoshi Kon (la inestabilidad de la realidad y la cinefilia) para analizar Paprika.
Paprika se sitúa en un futuro cercano, en el que una empresa desarrolla un dispositivo (el “DC-Mini”) que le permite al psicoanalista (o a quién quiera) entrar en los sueños de su paciente (es decir, corporizarse en ellos, transformándose en un personaje más). Como no podía ser de otra manera, el prototipo del “DC-Mini” es robado y varios de los responsables del desarrollo del dispositivo comienzan a enloquecer y suicidarse. Konakawa, un agente de policía, la psiquiatra Atsuko Chiba y un mórbidamente obeso técnico de computación son designados a investigar estos hechos, con la ayuda de Paprika, un personaje del mundo de los sueños. El nexo entre tecnología y sueños es similar al que aparece en Matrix o en eXistenZ de David Cronenberg. Sin embargo, el film se separa rápidamente del terreno de la ciencia ficción y empieza a funcionar atravesando varios niveles de realidad, algo que también sucede en eXistenZ y, en particular, en Waking up life, su hermana norteamericana. Pero, lo que en el film de Linklater era una pequeña excusa argumental para que decenas de personajes vomiten su posición sobre los sueños, el arte y otros temas de importancia planetaria, en Paprika la confusión entre sueño y realidad es la base del relato.
A medida que los personajes se van internando en los diferentes niveles de realidad, el tan preciado límite entre los sueños y la realidad se va desdibujando, dejando filtrar a esta última un sin fin de figuras que exceden la lógica de la realidad. En especial un desfile que conjuga el espíritu circense de Fellini, la sensibilidad pop de Andy Warhol y los diseños de Miyazaki: animales antropomorfizados, siniestras muñecas parlanchinas, electrodomésticos bailarines, fantoches de todo tipo. El diseño del desfile es un goce para los sentidos por el nivel de detalle y la inmensa creatividad que dio origen a sus criaturas. Sin embargo, a diferencia de Miyazaki y el resto de los films del Studio Ghibli, el registro que maneja Kon es absolutamente realista, llegando a niveles magistrales en Tokyo godfathers.
La odisea entre sueños en la que los personajes de Paprika se internan los lleva a revivir sus miedos pasados y sus angustias presentes. En particular, el detective Konakawa revive un episodio de su juventud, cuando deseaba ser director de cine. Sus sueños comienzan a entremezclarse con películas que vio en su juventud. Aún más, muchos de ellos terminan en una sala de cine. De la pantalla entran y salen figuras inverosímiles y transmutables, como si el cine cubriera la insalvable distancia entre la realidad y los sueños, negando la falsa dicotomía entre sueño y realidad. Esto es más notable hacia el final de la película, cuando el desfile toma control de la realidad, causando estragos en la ciudad. Esto es posible porque el “DC-Mini” tiene la capacidad de generar sueños colectivos, que, legitimados colectivamente, se igualan a la realidad. Es que, en definitiva, la realidad (o las realidades) son sueños colectivamente legitimados. Por eso el soñar es un acto profundamente político. Especialmente es un acto de cambio político y social. Sino recuerden las palabras del famoso discurso que Martin Luther King pronunció en la Marcha en Washington por el trabajo y la libertad. El lema del mayo francés, “la imaginación al poder”, se basa en los mismos preceptos. Los sueños son una poderosa fuente creadora de mejores realidades, que son posibles ya que son soñadas. Uno de los logros de Paprika es recordarnos esto: los sueños no son una evasión de la realidad (bien sabemos que influyen sobre la otra), sino una forma de crearla y recrearla.
Pero Satoshi Kon va aún más allá, advirtiéndonos sobre el peligro de la monopolización de los sueños con fines egoístas. En Paprika, una corporación termina adueñándose de los sueños, generando una vorágine de destrucción en sus ansias de poder. La neutralización de los sueños colectivos por parte de los sectores interesados en la preservación del status quo contribuyen a la cristalización de las dinámicas sociales de cambio. Es decir, los sueños colectivos pierden su cualidad política y las realidades se aplanan. Es el tan mentado “fin de la historia” que muchos teóricos del conservadurismo quieren imponer. Sin embargo, hay esperanzas, y Paprika, tanto la película como el personaje, dan cuenta de ello: los sueños no son enajenables.

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Yella

El jueves 13 de septiembre, comenzó el Séptimo Festival de Cine Alemán, con sede en la sala 3 del Village Recoleta, y que culminará el miércoles 19, jornada en la que se proyectará una copia restaurada del Fausto de Murnau con acompañamiento musical en vivo. Sin embargo, más allá de esta función especial, el festival es básicamente una ventana a la producción de cine alemán más reciente, en plena avanzada a caballo de su sistemática “oscarización”. Siguiendo esta tendencia, se verá Los falsificadores, película preseleccionada para competir en los oscares este año por Austria. Protagonizada por Devid Striesow, Los falsificadores cuenta la historia de la mayor operación de falsificación de dinero durante la segunda guerra mundial. Striesow (quién estará presente en el festival) también protagoniza Yella y El sabor de Edén, ambas presentes en el festival y, la última, se estrenará dentro de unas semanas en la cartelera porteña. También se presentará Mi Führer, protagonizada por el recientemente fallecido Ulrich Mühe, protagonista de La vida de los otros. Se exhibirán también dos películas del realizador Marcus Rosenmüller (Quién antes muere, está muerto más tiempo y Una cuestión de peso) y dos documentales: Loosers & Winners de Ulrike Franke y Michael Loeke y Chamamé, rodada en Argentina. Para más información y el programa, entren a la página oficial del festival.

Go West!

A propósito de Yella (Alemania, 2006, 89’) Dirigida por Chrstian Petzold

Sección: Panorama: Trayectorias

Hay algo muy incómodo con respecto a la avanzada del cine alemán reciente. Las películas más exitosas (en cuanto audiencia) y las (pocas) que llegan a la cartelera porteña suelen ser alguna reproducción de época (de dos épocas en realidad: la segunda guerra mundial y la posterior división entre oriente y occidente), algo obvias y definitivamente desprolijas. Al éxito de críticas y de público de La caída y de Sophie Scholl (ambas nominadas a mejor película extranjera), se le sumó recientemente el bochornoso ejemplo de La vida de los otros, éxito absoluto y galardonada como mejor película extranjera en los últimos premios de la academia de EEUU. Desprolija como pocas entre sus coterráneas, esta historia sobre un agente de la policía secreta de la República Democrática Alemana que espía a un intelectual posiblemente subversivo y se enamora de su esposa sufre de una pobrísima construcción de personajes y una corrección política almidonada. Por otro lado hay una valiosísima producción de cine más independiente y personal, mucho más sólida y sutil que la producción más comercial del mismo país. Desgraciadamente (y coherentemente), este tipo de películas no tienen la misma salida a las salas que el otro, y usualmente tienen un lugar marginal en la cartelera porteña o sólo llegamos a verlos en festivales. Christian Petzold es uno de los realizadores más reconocidos que integran esta categoría, y, como es costumbre, ninguno de sus films fue estrenado comercialmente en el país. Solamente Fantasmas, su penúltimo film (que pasó por el Bafici 2005 y el festival de cine alemán del mismo año), y Yella (que hizo el mismo recorrido este año) pudieron verse en salas de cine.
Yella (interpretada por Nina Hoss, ganadora del oso de plata en el festival de Berlín por este papel) es una joven es una joven mujer de negocios que recibe una oferta de trabajo en otra ciudad y decide aceptarla. Yella, en realidad, está tratando de escapar de su ex marido, Ben (Hinnerk Schönemann), de quien se divorció luego de que el negocio que tenían en conjunto quebrase. Sin embargo, Ben quiere volver con ella, y para convencerla la espía y la persigue (Petzold construye estas escenas de forma impecable, con travellings largos y aprovechando plenamente la profundidad del plano). Yella le comunica que encontró trabajo en otra ciudad y Ben le propone llevarla en su coche a la estación de tren, ella acepta. La conversación durante el viaje a la estación va subiendo de tono hasta que, al pasar sobre un puente, Ben arroja el auto hacia el río debajo. Ella logra sobrevivir, recoge su bolso que flota en el río y continúa su viaje hacia la estación.
Ya en la nueva ciudad Yella se encuentra con su nuevo jefe y descubre que había sido despedido. Éste le propone un nuevo trabajo pero le exige favores sexuales a cambio, a lo que ella se niega. Sola y sin trabajo, Yella pasa su tiempo en el hotel, en donde conoce a Philipp (Devid Striesow), un empresario en busca de asistente. Éste le propone un trabajo de un día y le enseña todos los códigos (gestuales y verbales) para convencer a sus compradores. Ella los aprende con facilidad y el trabajo de un día se vuelve un empleo estable. La relación entre ambos se va desarrollando rápidamente y toma un cariz más íntimo. Es notable cómo Petzold construye el personaje de Philipp en oposición al de Yella (ella es muy introvertida ý fría mientras que él es más histriónico y cálido) y en correspondencia con el de Ben (parece una versión más vital del ex marido de Yella, con su prepotencia y cambios de humor).
Petzold nos muestra el mundo de los negocios con una mirada casi científica: a través de Philipp, revela las dinámicas y los limbos legales de ese ámbito, tal como lo hace Laurent Cantet con el desempleo. La paleta de colores, con el gris predominante de los edificios corporativos, los shoppings y las carreteras, aumentan la sensación monocromática del amoral mundo empresarial, que sólo la roja blusa de Yella logra quebrar. Sin embargo, a este “realismo corporativo” se le suma un elemento metafísico, cuando Yella empieza a percibir figuras sobrenaturales recurrentes (concretamente a Ben vagando por los pasillos del hotel persiguiéndola, o a uno de los empresarios con el que ella y Philipp negociaron completamente empapado). Este elemento metafísico deriva en un final con vuelta de tuerca que haría sonrojar al mismísimo M. Night Shyamalan. Sin embargo, a diferencia de éste, en Yella el relato no está construido al servicio de la última vuelta de tuerca, sino que los elementos que derivan en ésta están depositados sutilmente en la puesta en escena (principalmente la recurrente aparición del agua). Es llamativo cómo logra Petzold, con una sólida y sutil puesta en escena, tomar elementos concretos y absolutamente materiales como el ámbito corporativo e inyectarle una historia sobrenatural subyacente sobre la vida y la muerte y la invariabilidad del destino. Coloca debajo del mundo puramente funcional de las oficinas, los automóviles y los cuartos de hoteles (es decir, un mundo de no-lugares), un universo metafísico, desconocido e irrefrenable, en tensión con el anterior.
Sin embargo, hay otro elemento que la mayoría de nosotros, mayormente desconocedores de la geografía alemana, perdimos y que agrega una nueva capa, con fuertes aristas políticas, a una película ya de por sí bastante compleja. El viaje que realiza Yella, desde la tradicional aldea de Wittenberge a Hanover. Es decir, Yella viaja desde el Este de Alemania (la antigua República Democrática Alemana, satélite de la URSS) hacia el Oeste (la antigua República Federal Alemana). Desde esta perspectiva, la aparición de las imágenes sobrenaturales adquieren un nuevo contenido político: aunque Yella escapa de su pasado en el Este, éste (encarnado en Ben) se le hace presente infaliblemente. Y su nueva vida tampoco está exenta de estas apariciones. De esta forma, Yella cuenta, con pocos personajes, la historia de los miles de espíritus arrastrados en el inmenso éxodo con dirección Este-Oeste luego de la caída del muro de Berlín y la unificación alemana, atraídos por la tentación de prosperidad material capitalista. Y también cuenta la historia de aquellos engullidos (y deshumanizados) por las contradicciones y la amoralidad del sistema convertido en hegemónico, en Alemania, en América y en cualquier otra parte del mundo occidental. Ellos son los fantasmas en la máquina neoliberal.
Pero lo mejor de Yella es que se presta a muchas interpretaciones equívocas, porque su relato funciona atravesando muchas capas y de forma ambigua. Por esto funciona tan bien en retrospectiva, a diferencia de muchas películas que agotan su experiencia visual (e intelectual) cuando empiezan los créditos. Es una lástima que sean las películas como La vida de los otros y no ésta las que pongan a Alemania en un lugar predominante en el cine actual.

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Ficció

Regresa “El Butacazo” de su prolongado letargo por pedido popular. Se acumuló un viaje a EEUU, trabajo, estudio y una cartuchera llena de DVDs, que me impidieron continuar con este noble pasatiempo. Pero qué mejor momento para retornar a la actividad que éste, ya que este jueves que pasó se estrenaron dos (muy buenas) películas que vi en Mar del Plata. Una de ellas, Flandres (estrenada en un solo cine, el Cosmos, en formato DVD ampliado), fue comentada en “El Butacazo” en un post anterior a este. La otra, Ficció, va a ser comentada, como bien prometí en las consideraciones metodológicas, a continuación.


Another Love Song

A propósito de Ficció (España, 2006, 107’) Dirigida por Cesc Gay
Sección: Competencia oficial internacional
Ganadora del Ástor de oro al mejor largometraje

“O we will know, won’t we?
Stars will explode in the sky
O but they don’t, do they?
Stars have their moment and then they die”

(Are you) the one that I’ve been waiting for – Nick Cave & the bad seeds

Cuando me enteré que Ficció había ganado el Ástor de oro -ya había vuelto a Capital- me entró una especie de extrañeza. ¿Cómo podía ser que una película tan introspectiva y de decidido tono menor haya ganado el premio mayor en el festival?. Uno supone que esos premios están reservados exclusivamente a propuestas extremas, innovadoras o inmediatamente populares, de realizadores de vasta trayectoria, con contenido político/social, o, en el peor de los casos, películas y realizadores obsecuentes -lo uso como eufemismo- con el jurado de turno. Ficció no entra en ninguna de esas categorías: no contiene ningún “mensaje” que se superponga o supere a la película, no tiene contenido social, no utiliza una puesta en escena particularmente renovadora y su “tema” (amor vs responsabilidad, crisis de adultez) dista enormemente de ser un territorio poco frecuentado por el cine. Por otro lado, su director, el catalán Cesc Gay, es un director destacado con apenas cuatro películas en su haber (todas, salvo una -Hotel Room-, en solitario), un relativamente joven talento, pero definitivamente no un director con una trayectoria importante como sí lo son el georgiano Otar Iosseliani y el brasileño Carlos Diegues, ambos incluidos en la competencia oficial del festival con Jardins en automne y O maior amor do mundo respectivamente. En algún otro texto, quizás, discutiré la importancia y la vigencia de los premios en los festivales de cine; ese tema no me compete ahora.
Lo que sí me concierne en este momento es la película llamada Ficció. Ficció es, obviamente, una película española, país cuya industria cinematográfica entró en una era de expansión cuantitativa, pero no así cualitativa. Sin embargo, Ficció es menos una película española que una película catalana. Esto, que podría pasar como un detalle mínimo, no lo es en absoluto por varias razones. La primera tiene que ver con el sistema de exhibición español, paso a explicar. En España no hay, como en Buenos Aires, un circuito de cine comercial y, por separado, un circuito de cine “arte”, sino que hay un circuito de cine doblado y uno subtitulado. Naturalmente, suelen coincidir las películas del circuito doblado con nuestro circuito comercial y viceversa. Ficció, película catalana con personajes catalanes, está hablada casi en su totalidad en catalán, lo que a priori restringe ampliamente su público potencial y las salas que pueden exhibirla (ignoro en que condiciones se realizó el estreno de Ficció en España en noviembre del año pasado y su repercusión en el público). La decisión de mantener los diálogos en catalán es menos una declaración de independencia cultural catalana que una forma de dar dimensión y profundidad a los personajes, que respiran, sienten y (afortunadamente) hablan como catalanes. Más allá de las intenciones, esto evidencia un director reticente a hacer concesiones, aún si esto significa limitar la salida de la película a parte del público, algo que se extraña en el cine español de hoy en día.
Pero Ficció no sólo es una película catalana porque está filmada en Catalunya o porque está hablada en catalán, sino porque las ideas de puesta en escena y la madurez en el tratamiento de lo narrado (y, veremos más adelante, que lo narrado, o mejor dicho, lo mostrado, es menos importante que lo no mostrado) se oponen a cierto infantilismo, superficialidad y vacío artístico presente en gran parte del cine español contemporáneo (si quieren un ejemplo de estos tres defectos puestos en práctica al mismo tiempo, no se pierdan Semen, una historia de amor, estupidísimo film que encantó al público español). Esto la posiciona dentro del cine catalán, más personal y arriesgado que gran parte del cine español contemporáneo, como lo demuestran las recientes producciones catalanas Más allá del espejo de Joaquim Jordá y Honor de cavallería de Albert Serra, esta última una especie de bastión de la crítica española más independiente y crítica del estado actual de su cine. Considerando esto no es inocente que Alex, el protagonista de Ficció, escuche a Nick Cave mientras maneja y no al Sabina o a la Oreja de Van Gogh de turno. Es otra forma de romper, en los mínimos gestos, con sus coterráneos.
Alex (interpretado por Eduard Fernández, quien participó previamente en otra película de Gay, En la ciudad) es un director de cine de cuarenta años que, con la excusa de bloqueo creativo, decide alejarse algunos días de su mujer y sus dos hijos e instalarse en la casa de un viejo amigo, Santi (Javier Cámara, el enfermero de la almodovariana Hable con ella; uno de los puntos más altos de la película), en los Pirineos. Santi es un cálido anfitrión, pero Alex parece siempre ensimismado y pendiente de su mundo interior (el film hace del mundo interior de sus personajes, expuestos en sus gestos y palabras, la principal materia prima del relato). Allí Alex conoce a Judith (Carmen Pla, otra de En la ciudad), amiga de Santi, lesbiana y víctima de una enfermedad terminal, y a Mónica (Montse Germán), una violinista, que, como él, decidió dejar a su pareja para pasar algunos días en la tranquilidad de la montaña. Se suceden cenas en conjunto, travesías a caballo, charlas de fogón. En una caminata por la zona, Alex y Mónica se separan del otro dúo y se extravían. Llegada la noche encuentran un refugio y deciden pasar la noche ahí. Sin embargo, la atracción que se venía insinuando en gestos y miradas, no se concreta. Gay elige el camino de la contención y la mesura, evitando así caer en el melodrama al que, seamos sinceros, la historia pareciera apuntar.
Gran hazaña de la película: partir de personajes y situaciones afines al melodrama, y evadirla con total naturalidad. ¿Cómo lo logra? Evitando llenar de palabras la película. O aún mejor, evitando que sus personajes expresen sus sentimientos mediante palabras o acciones. De esta forma, los gestos de los personajes empiezan a tener primacía. La película no muestra la evolución de los personajes y las situaciones (el espontáneo amor platónico entre Alex y Mónica, la amistad entre Santi y Alex), sino, el crecimiento y el desarrollo interno de sus personajes, evidentes en sus expresiones y silencios.
Esto no quiere decir que Ficció es una película sin palabras, sino que las palabras no expresan aquello que los personajes, viviendo en el estado de negación que se autoimponen, reprimen. De hecho, la película se vale de las palabras y los silencios para crear climas, a la manera del cine de Rohmer. Ficció es, además, una película contemplativa. La cámara no se entromete, sino que observa a cierta distancia, tratando de no involucrarse. Por eso la insistencia del film en la música (con Nick Cave, pero también con Gustav Mahler) y en la pintura (los cuadros paisajísticos en la casa de Santi y su autorretrato en el caballete). Toma prestado la aptitud climática de la primera y la predisposición a la observación de la segunda.
Pero, en definitiva, más allá del estilo, Ficció es una película de amor. En especial el amor en la madurez y la infidelidad, temas tratados en el cine en más de una ocasión. Claro que, como la infidelidad no llega a concretarse, sino que se vive como una expectativa truncada, se trata de un amor imposible, más aún luego de la llegada de la mujer de Alex con sus hijos para visitarlo. Sin embargo, el tono medido y el énfasis puesto en el mundo interior de los personajes, parecen reflejar esos tristes versos de la canción de Nick Cave citada más arriba. En el film, el enamoramiento entre Alex y Mónica no causa esa explosión estelar monumental en el cielo, sino que se diluye en algunos gestos y miradas, acordes al tono menor del que la película hace gala. Esto no quiere decir que el film sea un ferviente defensor de los valores tradicionales de la familia (aunque, según tengo entendido, la crítica cristiana lo consideró así). La película no hace ningún juicio al respecto, y, por lo que podemos suponer, Alex va a prolongar su estado de insatisfacción que lo llevó a la montaña al regresar con su familia.
Es, desde ya, una ficción amarga la que propone el film, más allá de que, en su último tramo, surjan algunas palabras tranquilizadoras y expresiones de amor concretas (que yo considero -y pueden discutírmelo- un gesto algo cobarde del realizador). Sin embargo es una ficción necesaria, en tanto reflejo de nuestras propias experiencias. Por eso no es azaroso que el protagonista de la película sea director de cine y entre en un rango de edad al que pertenece Cesc Gay (cuarenta años clavados). Esto es algo que también aparecía en En la ciudad, pero en Ficció se evidencia de manera más clara. Gay abandonó el relato coral de En la ciudad y se centró en un personaje que, podríamos suponer, está pasando por un momento que el propio realizador puede estar transitando (tanto como cineasta como padre de familia de cuarenta años). Alex salió a la montaña a buscar su película. Gay hizo lo mismo y la encontró.

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