El jueves 13 de septiembre, comenzó el Séptimo Festival de Cine Alemán, con sede en la sala 3 del Village Recoleta, y que culminará el miércoles 19, jornada en la que se proyectará una copia restaurada del Fausto de Murnau con acompañamiento musical en vivo. Sin embargo, más allá de esta función especial, el festival es básicamente una ventana a la producción de cine alemán más reciente, en plena avanzada a caballo de su sistemática “oscarización”. Siguiendo esta tendencia, se verá Los falsificadores, película preseleccionada para competir en los oscares este año por Austria. Protagonizada por Devid Striesow, Los falsificadores cuenta la historia de la mayor operación de falsificación de dinero durante la segunda guerra mundial. Striesow (quién estará presente en el festival) también protagoniza Yella y El sabor de Edén, ambas presentes en el festival y, la última, se estrenará dentro de unas semanas en la cartelera porteña. También se presentará Mi Führer, protagonizada por el recientemente fallecido Ulrich Mühe, protagonista de La vida de los otros. Se exhibirán también dos películas del realizador Marcus Rosenmüller (Quién antes muere, está muerto más tiempo y Una cuestión de peso) y dos documentales: Loosers & Winners de Ulrike Franke y Michael Loeke y Chamamé, rodada en Argentina. Para más información y el programa, entren a la página oficial del festival.
Go West!
A propósito de Yella (Alemania, 2006, 89’) Dirigida por Chrstian Petzold
Sección: Panorama: Trayectorias
Hay algo muy incómodo con respecto a la avanzada del cine alemán reciente. Las películas más exitosas (en cuanto audiencia) y las (pocas) que llegan a la cartelera porteña suelen ser alguna reproducción de época (de dos épocas en realidad: la segunda guerra mundial y la posterior división entre oriente y occidente), algo obvias y definitivamente desprolijas. Al éxito de críticas y de público de La caída y de Sophie Scholl (ambas nominadas a mejor película extranjera), se le sumó recientemente el bochornoso ejemplo de La vida de los otros, éxito absoluto y galardonada como mejor película extranjera en los últimos premios de la academia de EEUU. Desprolija como pocas entre sus coterráneas, esta historia sobre un agente de la policía secreta de la República Democrática Alemana que espía a un intelectual posiblemente subversivo y se enamora de su esposa sufre de una pobrísima construcción de personajes y una corrección política almidonada. Por otro lado hay una valiosísima producción de cine más independiente y personal, mucho más sólida y sutil que la producción más comercial del mismo país. Desgraciadamente (y coherentemente), este tipo de películas no tienen la misma salida a las salas que el otro, y usualmente tienen un lugar marginal en la cartelera porteña o sólo llegamos a verlos en festivales. Christian Petzold es uno de los realizadores más reconocidos que integran esta categoría, y, como es costumbre, ninguno de sus films fue estrenado comercialmente en el país. Solamente Fantasmas, su penúltimo film (que pasó por el Bafici 2005 y el festival de cine alemán del mismo año), y Yella (que hizo el mismo recorrido este año) pudieron verse en salas de cine.
Yella (interpretada por Nina Hoss, ganadora del oso de plata en el festival de Berlín por este papel) es una joven es una joven mujer de negocios que recibe una oferta de trabajo en otra ciudad y decide aceptarla. Yella, en realidad, está tratando de escapar de su ex marido, Ben (Hinnerk Schönemann), de quien se divorció luego de que el negocio que tenían en conjunto quebrase. Sin embargo, Ben quiere volver con ella, y para convencerla la espía y la persigue (Petzold construye estas escenas de forma impecable, con travellings largos y aprovechando plenamente la profundidad del plano). Yella le comunica que encontró trabajo en otra ciudad y Ben le propone llevarla en su coche a la estación de tren, ella acepta. La conversación durante el viaje a la estación va subiendo de tono hasta que, al pasar sobre un puente, Ben arroja el auto hacia el río debajo. Ella logra sobrevivir, recoge su bolso que flota en el río y continúa su viaje hacia la estación.
Ya en la nueva ciudad Yella se encuentra con su nuevo jefe y descubre que había sido despedido. Éste le propone un nuevo trabajo pero le exige favores sexuales a cambio, a lo que ella se niega. Sola y sin trabajo, Yella pasa su tiempo en el hotel, en donde conoce a Philipp (Devid Striesow), un empresario en busca de asistente. Éste le propone un trabajo de un día y le enseña todos los códigos (gestuales y verbales) para convencer a sus compradores. Ella los aprende con facilidad y el trabajo de un día se vuelve un empleo estable. La relación entre ambos se va desarrollando rápidamente y toma un cariz más íntimo. Es notable cómo Petzold construye el personaje de Philipp en oposición al de Yella (ella es muy introvertida ý fría mientras que él es más histriónico y cálido) y en correspondencia con el de Ben (parece una versión más vital del ex marido de Yella, con su prepotencia y cambios de humor).
Petzold nos muestra el mundo de los negocios con una mirada casi científica: a través de Philipp, revela las dinámicas y los limbos legales de ese ámbito, tal como lo hace Laurent Cantet con el desempleo. La paleta de colores, con el gris predominante de los edificios corporativos, los shoppings y las carreteras, aumentan la sensación monocromática del amoral mundo empresarial, que sólo la roja blusa de Yella logra quebrar. Sin embargo, a este “realismo corporativo” se le suma un elemento metafísico, cuando Yella empieza a percibir figuras sobrenaturales recurrentes (concretamente a Ben vagando por los pasillos del hotel persiguiéndola, o a uno de los empresarios con el que ella y Philipp negociaron completamente empapado). Este elemento metafísico deriva en un final con vuelta de tuerca que haría sonrojar al mismísimo M. Night Shyamalan. Sin embargo, a diferencia de éste, en Yella el relato no está construido al servicio de la última vuelta de tuerca, sino que los elementos que derivan en ésta están depositados sutilmente en la puesta en escena (principalmente la recurrente aparición del agua). Es llamativo cómo logra Petzold, con una sólida y sutil puesta en escena, tomar elementos concretos y absolutamente materiales como el ámbito corporativo e inyectarle una historia sobrenatural subyacente sobre la vida y la muerte y la invariabilidad del destino. Coloca debajo del mundo puramente funcional de las oficinas, los automóviles y los cuartos de hoteles (es decir, un mundo de no-lugares), un universo metafísico, desconocido e irrefrenable, en tensión con el anterior.
Sin embargo, hay otro elemento que la mayoría de nosotros, mayormente desconocedores de la geografía alemana, perdimos y que agrega una nueva capa, con fuertes aristas políticas, a una película ya de por sí bastante compleja. El viaje que realiza Yella, desde la tradicional aldea de Wittenberge a Hanover. Es decir, Yella viaja desde el Este de Alemania (la antigua República Democrática Alemana, satélite de la URSS) hacia el Oeste (la antigua República Federal Alemana). Desde esta perspectiva, la aparición de las imágenes sobrenaturales adquieren un nuevo contenido político: aunque Yella escapa de su pasado en el Este, éste (encarnado en Ben) se le hace presente infaliblemente. Y su nueva vida tampoco está exenta de estas apariciones. De esta forma, Yella cuenta, con pocos personajes, la historia de los miles de espíritus arrastrados en el inmenso éxodo con dirección Este-Oeste luego de la caída del muro de Berlín y la unificación alemana, atraídos por la tentación de prosperidad material capitalista. Y también cuenta la historia de aquellos engullidos (y deshumanizados) por las contradicciones y la amoralidad del sistema convertido en hegemónico, en Alemania, en América y en cualquier otra parte del mundo occidental. Ellos son los fantasmas en la máquina neoliberal.
Pero lo mejor de Yella es que se presta a muchas interpretaciones equívocas, porque su relato funciona atravesando muchas capas y de forma ambigua. Por esto funciona tan bien en retrospectiva, a diferencia de muchas películas que agotan su experiencia visual (e intelectual) cuando empiezan los créditos. Es una lástima que sean las películas como La vida de los otros y no ésta las que pongan a Alemania en un lugar predominante en el cine actual.
Go West!
A propósito de Yella (Alemania, 2006, 89’) Dirigida por Chrstian Petzold
Sección: Panorama: Trayectorias
Hay algo muy incómodo con respecto a la avanzada del cine alemán reciente. Las películas más exitosas (en cuanto audiencia) y las (pocas) que llegan a la cartelera porteña suelen ser alguna reproducción de época (de dos épocas en realidad: la segunda guerra mundial y la posterior división entre oriente y occidente), algo obvias y definitivamente desprolijas. Al éxito de críticas y de público de La caída y de Sophie Scholl (ambas nominadas a mejor película extranjera), se le sumó recientemente el bochornoso ejemplo de La vida de los otros, éxito absoluto y galardonada como mejor película extranjera en los últimos premios de la academia de EEUU. Desprolija como pocas entre sus coterráneas, esta historia sobre un agente de la policía secreta de la República Democrática Alemana que espía a un intelectual posiblemente subversivo y se enamora de su esposa sufre de una pobrísima construcción de personajes y una corrección política almidonada. Por otro lado hay una valiosísima producción de cine más independiente y personal, mucho más sólida y sutil que la producción más comercial del mismo país. Desgraciadamente (y coherentemente), este tipo de películas no tienen la misma salida a las salas que el otro, y usualmente tienen un lugar marginal en la cartelera porteña o sólo llegamos a verlos en festivales. Christian Petzold es uno de los realizadores más reconocidos que integran esta categoría, y, como es costumbre, ninguno de sus films fue estrenado comercialmente en el país. Solamente Fantasmas, su penúltimo film (que pasó por el Bafici 2005 y el festival de cine alemán del mismo año), y Yella (que hizo el mismo recorrido este año) pudieron verse en salas de cine.
Yella (interpretada por Nina Hoss, ganadora del oso de plata en el festival de Berlín por este papel) es una joven es una joven mujer de negocios que recibe una oferta de trabajo en otra ciudad y decide aceptarla. Yella, en realidad, está tratando de escapar de su ex marido, Ben (Hinnerk Schönemann), de quien se divorció luego de que el negocio que tenían en conjunto quebrase. Sin embargo, Ben quiere volver con ella, y para convencerla la espía y la persigue (Petzold construye estas escenas de forma impecable, con travellings largos y aprovechando plenamente la profundidad del plano). Yella le comunica que encontró trabajo en otra ciudad y Ben le propone llevarla en su coche a la estación de tren, ella acepta. La conversación durante el viaje a la estación va subiendo de tono hasta que, al pasar sobre un puente, Ben arroja el auto hacia el río debajo. Ella logra sobrevivir, recoge su bolso que flota en el río y continúa su viaje hacia la estación.
Ya en la nueva ciudad Yella se encuentra con su nuevo jefe y descubre que había sido despedido. Éste le propone un nuevo trabajo pero le exige favores sexuales a cambio, a lo que ella se niega. Sola y sin trabajo, Yella pasa su tiempo en el hotel, en donde conoce a Philipp (Devid Striesow), un empresario en busca de asistente. Éste le propone un trabajo de un día y le enseña todos los códigos (gestuales y verbales) para convencer a sus compradores. Ella los aprende con facilidad y el trabajo de un día se vuelve un empleo estable. La relación entre ambos se va desarrollando rápidamente y toma un cariz más íntimo. Es notable cómo Petzold construye el personaje de Philipp en oposición al de Yella (ella es muy introvertida ý fría mientras que él es más histriónico y cálido) y en correspondencia con el de Ben (parece una versión más vital del ex marido de Yella, con su prepotencia y cambios de humor).
Petzold nos muestra el mundo de los negocios con una mirada casi científica: a través de Philipp, revela las dinámicas y los limbos legales de ese ámbito, tal como lo hace Laurent Cantet con el desempleo. La paleta de colores, con el gris predominante de los edificios corporativos, los shoppings y las carreteras, aumentan la sensación monocromática del amoral mundo empresarial, que sólo la roja blusa de Yella logra quebrar. Sin embargo, a este “realismo corporativo” se le suma un elemento metafísico, cuando Yella empieza a percibir figuras sobrenaturales recurrentes (concretamente a Ben vagando por los pasillos del hotel persiguiéndola, o a uno de los empresarios con el que ella y Philipp negociaron completamente empapado). Este elemento metafísico deriva en un final con vuelta de tuerca que haría sonrojar al mismísimo M. Night Shyamalan. Sin embargo, a diferencia de éste, en Yella el relato no está construido al servicio de la última vuelta de tuerca, sino que los elementos que derivan en ésta están depositados sutilmente en la puesta en escena (principalmente la recurrente aparición del agua). Es llamativo cómo logra Petzold, con una sólida y sutil puesta en escena, tomar elementos concretos y absolutamente materiales como el ámbito corporativo e inyectarle una historia sobrenatural subyacente sobre la vida y la muerte y la invariabilidad del destino. Coloca debajo del mundo puramente funcional de las oficinas, los automóviles y los cuartos de hoteles (es decir, un mundo de no-lugares), un universo metafísico, desconocido e irrefrenable, en tensión con el anterior.
Sin embargo, hay otro elemento que la mayoría de nosotros, mayormente desconocedores de la geografía alemana, perdimos y que agrega una nueva capa, con fuertes aristas políticas, a una película ya de por sí bastante compleja. El viaje que realiza Yella, desde la tradicional aldea de Wittenberge a Hanover. Es decir, Yella viaja desde el Este de Alemania (la antigua República Democrática Alemana, satélite de la URSS) hacia el Oeste (la antigua República Federal Alemana). Desde esta perspectiva, la aparición de las imágenes sobrenaturales adquieren un nuevo contenido político: aunque Yella escapa de su pasado en el Este, éste (encarnado en Ben) se le hace presente infaliblemente. Y su nueva vida tampoco está exenta de estas apariciones. De esta forma, Yella cuenta, con pocos personajes, la historia de los miles de espíritus arrastrados en el inmenso éxodo con dirección Este-Oeste luego de la caída del muro de Berlín y la unificación alemana, atraídos por la tentación de prosperidad material capitalista. Y también cuenta la historia de aquellos engullidos (y deshumanizados) por las contradicciones y la amoralidad del sistema convertido en hegemónico, en Alemania, en América y en cualquier otra parte del mundo occidental. Ellos son los fantasmas en la máquina neoliberal.
Pero lo mejor de Yella es que se presta a muchas interpretaciones equívocas, porque su relato funciona atravesando muchas capas y de forma ambigua. Por esto funciona tan bien en retrospectiva, a diferencia de muchas películas que agotan su experiencia visual (e intelectual) cuando empiezan los créditos. Es una lástima que sean las películas como La vida de los otros y no ésta las que pongan a Alemania en un lugar predominante en el cine actual.
1 comentario:
wow, Gran pelicula, la he visto en el festival de cine europeo en colombia este año, completamente ambigua y ambivalente el personaje me encanta
Publicar un comentario