jueves, 13 de marzo de 2008

Corazones

Continúan los estrenos de películas que pasaron por el festival de Mar del Plata o el Bafici. En este caso es Corazones, del legendario realizador francés Alain Resnais, proyectada y ovacionada en una sola función en el Bafici (y, si mal no recuerdo, en otra función sorpresa) y estrenada el jueves 2 de este mes con casi unánimes críticas favorables. Esta mezcla de un nombre prestigioso, buenas críticas y un tema y estilo digeribles para el “gran público” ayudó a posicionarla en el puesto número 10 en recaudación en el fin de semana de su estreno, lo que es doblemente heroico considerando que se trataba del último fin de semana de vacaciones de invierno, momento ideal para que las hordas de niños (con sus padres) y adolescentes colmen las salas de Los Simpson, Ratatouille, Transformers, o alguna otra Gran Estafa. La crítica de Corazones la podrán encontrar más adelante.
En otro orden de cosas, concluyó la primera encuesta oficial de “El Butacazo”. Aunque fue muy reñida, ganó el subnormal, surrealista y tiernamente subversivo felino Stimpson J. Gato. Alguien no entendió la consigna (“¿Ren o Stimpy?”) y lo votó a John Ford. El gran perdedor fue el patético y neurótico chihuaha Ren Höek. Aquí, a la derecha, otra encuesta inútil para que ejerzan su derecho a voto. Además pueden visitar http://johnkstuff.blogspot.com/, el blog de John Kricfalusi, el demente creador de esa maravillosa serie animada llamada Ren & Stimpy.
Artieficios

A propósito de Corazones (Coeurs, Francia/Italia, 2006, 120’) Dirigida por Alain Resnais

Sección: Panorama: Trayectorias

Creo que ya no es noticia para nadie (considerando la cobertura mediática; si lo es, salgan del tapper) que Ingmar Bergman y Michelangelo Antonioni fallecieron el 30 de julio pasado. Fue una triste sorpresa para muchos de nosotros, en especial considerando que sucedieron en una irreal y fulminante diferencia de horas. Sin embargo no fue una sorpresa en el mismo sentido en el que las fueron las prematuras muertes de Fabián Bielinsky, Juan Pablo Rebella o, más recientemente, Edward Yang, el director de, entre otras cosas, la deliciosa Yi-Yi. Sus muertes dejaron truncas carreras en el cine que, más allá de las opiniones personales, eran, como mínimo, esperanzadoras. No es cuestión de hacer historia contrafáctica, pero estos tres directores habían manifestado sus deseos de seguir realizando películas, tanto como directores como productores. Por el contrario, Bergman y Antonioni, de 89 y 94 años respectivamente, ya venían algo distanciados del cine hace un tiempo y sus ultimas películas no estaban en su mejor nivel. Antonioni sufrió un golpe en 1985 que lo dejó parcialmente paralizado y con dificultades de habla. Desde entonces sólo dirigió algunos cortometrajes, una película junto a Wim Wenders (Más allá de las nubes, en 1995) y, más recientemente, contribuyó con un mediometraje en la película colectiva Eros, que realizó con Steven Soderbergh y Wong Kar-wai. Bergman, aunque mucho más activo que el realizador italiano, se viene retirando desde 1982, año en que realizó la multipremiada Fanny y Alexander. De ahí en adelante se dedicó a realizar telefilms, obras de teatro y guiones de películas. Algunos (por oportunismo, rencor contra las nuevas generaciones de cineastas y terminante conservadurismo) aprovecharon esta oportunidad para alzar sus voces y decir que Bergman y Antonioni se habían llevado el cine de autor con ellos, como si su presencia física en este mundo asegurase la supervivencia de este tipo de cine (o categoría analítica).
Es interesante analizar las carreras actuales de los cineastas entrados en la vejez. Algunos de ellos pierden paulatinamente la lucidez o se vuelven más oscuros y herméticos. Por el contrario, algunos siguen poseyendo una vitalidad que muchos cineastas más jóvenes envidiarían. Mario Monicelli (Le rose del deserto), Bernardo Bertolucci (Los soñadores), Woody Allen y Jean-Luc Godard podrían entrar tranquilamente en la primera categoría (aunque Godard hizo de la oscuridad y el hermetismo su propio estilo a partir de los años 70). Por el contrario, Manoel de Oliveira y Seijun Suzuki, con Belle Toujours y Princess Raccoon respectivamente, siguen demostrando que están más vivos que nunca (cinematográficamente hablando, al menos). Otros, como los franceses Claude Chabrol y Eric Rohmer, siguen manteniendo cierto estilo y temática, realizando películas más o menos logradas.
Entre todos ellos, Alain Resnais logró dar un giro para muchos inesperado en su última parte de la carrera, abandonando su estilo frío y cerebral que muchos le adjudicaban (y que él siempre estaba dispuesto a discutir), y abordando uno mucho más emotivo (al fin y al cabo, su última película se llama Corazones) y, en apariencia, liviano. Resnais tiene una larga trayectoria: 48 años desde la realización de Hiroshima, mon amour (1959), su primer largometraje, y más de 60 si contamos sus anteriores cortos y las biografías de diferentes pintores que realizó a fines de la década del 40’. Sin embargo no es un autor particularmente prolífico, realizó solamente 16 largometrajes en su carrera, es decir, en promedio, un largometraje cada tres años.
Yo entré al cine de Resnais a través de Mi tío de América (1980), a diferencia de muchos otros que empezaron por Hiroshima mon amour, su film más reconocido, o con Conozco la canción (1997), estrenada en la cartelera porteña en junio de 1999 (son muchas más las películas de Resnais que no se estrenan en el país que las que sí; dato curioso, considerando que en Francia Resnais es un director exitoso y mainstream). Quiero detenerme un poco en esta película. Mi tío de América es un film improbable, casi imposible, o al menos eso es lo que me pareció al verla. Eso me cautivó completamente. La película es una especie de adaptación dramática de las teorías sobre comportamiento animal del biólogo Henri Laborit. El mismo Laborit aparece en escena explicando su teoría. Aún más: podemos ver como un grupo de ratas de laboratorio actúa según Laborit lo predice. Pero, a la hora de aplicar esas teorías a un grupo de personas (un empleado textil, una actriz y un intelectual), empiezan los problemas. Los personajes se le rebelan, y las teorías del biólogo se vuelven ineficaces para explicar el comportamiento de sus objetos (mejor dicho, sujetos) de estudio. Y todo eso en una sola película. Este film es importante porque muestra (al menos) dos constantes cardinales del cine de Resnais: la profunda complejidad de sus personajes, que sorprenden (y se sorprenden) en cada momento, y su infaltable espíritu lúdico y multidisciplinario. En el último período de su carrera, Resnais desarrolló un anfibio entre cine y teatro (frecuentemente teatro de varieté). De esta forma, en Smoking/No smoking (1993) Resnais jugó a demostrar cómo una aparentemente trivial decisión como fumar o no fumar podía desencadenar dos historias diferentes, en Conozco la canción realizó un musical con canciones populares francesas en Voice Over y en Meló (1986) adaptó un melodrama de teatro de Boulevard de Henri Bernstein. Corazones es la culminación de esta síntesis entre cine y teatro que Resnais comenzó a desarrollar desde los 80’. Lamentablemente, el espíritu lúdico de sus obras anteriores perdió lucidez en el proceso.
Corazones es la adaptación de una obra de teatro de sugerente título (Private fears in public places; con este nombre se distribuyó la película de Resnais en los países anglosajones) escrita por el inglés Alan Ayckbourn, quien también realizó la obra en la que Smoking/No smoking está inspirada. Sin embargo la película se siente absolutamente parisina, y sus personajes son, valga la redundancia, típicos parisinos (o al menos se parecen mucho a la imagen que de los parisinos dan muchas comedias románticas francesas). La película narra la encrucijada afectiva de 6 personas, como en una película de Altman, pero con menos misantropía y más cariño para con sus personajes. Dan (Lambert Wilson) es un ex soldado alcohólico en pareja con Nicole (Laura Morante), quién está en búsqueda de un departamento para ambos, aunque no logra encontrar ninguno ya que Dan le exige que el departamento en cuestión tenga un estudio en el que él pueda ejercer su pereza característica. El empleado de la inmobiliaria encargado de encontrarles el departamento es Thierri (André Dussollier), a quien su secretaria Charlotte, una mujer soltera y ultra-religiosa interpretada por Sabine Azéma (actual pareja de Resnais), regala videos con un programa religioso soporífero que, al final, tiene sobregrabado un striptease de una mujer que puede o no ser Charlotte. Èsta, a su vez, trabaja cuidando al grosero y enfermo padre anciano de Lionel (Pierre Ardite), que pasa sus noches trabajando de barman en el bar que Dan frecuenta. Rápidamente se vuelve su confidente. Cuando Dan es echado de su casa por Nicole, harta de su propensión al alcohol, concreta una cita a ciegas con una mujer que contestó un anuncio que él había publicado en un diario. Esta mujer casualmente es Gaëlle (Isabelle Carré), la solitaria hermana menor de Thierri.
Si la estructura de este tipo de narraciones corales se fundamenta en una serie de casualidades improbables pero posibles, el verdadero talento del realizador se manifiesta en cuán arbitrarios o justificados sean esos encuentros y cuán obviamente o sutilmente funcionales sean a la idea reinante de la película, como también en la construcción de esos personajes. En la injustamente multipremiada Crash de Paul Haggis, estos encuentros están marcados por una indisimulable arbitrariedad y la construcción de los personajes y la puesta en escena están al servicio de la muy discutible idea madre de la película: entre otras cosas, que somos todos racistas, xenófobos y violentos. Corazones prefiere no declamar y simplemente mostrar la profunda soledad de este grupo de adultos de cuarenta años para arriba. Lamentablemente, la construcción de los personajes (algunos, no todos) dista de ser sutil, lo que la transforma en una película predecible, aún en sus vueltas de guión. Esto se evidencia particularmente en el efecto hiperbólico que tienen los videos en Thierri, o en la pobre construcción del personaje de Charlotte, cuyo “destape” se podía prever a dos morros de distancia. Los estereotipos y los trazos gruesos a la hora de delinear un personaje imposibilitan cualquier tipo de empatía hacia ellos, ni hablar de sentirse identificados con ellos. Naturalmente, algunos personajes son genuinamente atrayentes, en especial el personaje interpretado por la bellísima Laura Morente, que destila encanto y melancolía en todo momento.
A priori, esta historia no parece demasiado atada al teatro, más allá de ser una adaptación de una obra. Sin embargo, Resanis construyó una puesta en escena absolutamente teatral. La clave de esta puesta en escena radica en su artificialidad: la escenografía y la iluminación son deliberadamente falsas, y la cámara de Resnais se dedica a remarcarlo. El film transcurre en su totalidad en unos pocos interiores (el bar kitsch, la casa de Lionel, la casa de Thierri y Gäelle, la inmobiliaria de Thierri, la casa de Dan y Nicole), reforzando esa concepción de teatralidad. De todas formas, Corazones no es teatro filmado, como Hitchcock y Truffaut (a veces no se sabe dónde termina uno y empieza el otro) denominaron a una cierta tendencia de cine sobreguionado y encorsetado, que no aprovechaba, según ellos, las cualidades especiales del cine. Resnais es demasiado astuto como para caer en eso. Lo que hace para evitarlo es utilizar otro tipo de artificios, pero en esta ocasión propios del lenguaje cinematográfico (en oposición al lenguaje teatral). Travellings, primeros planos, etc. Sin embargo, dos en particular merecen ser destacados. Por un lado, en una escena en especial tirando al final de la película, la cámara gira en torno a los personajes y los filma de espaldas, ellos (y ahora nosotros) mirando esa cuarta pared inviolable en el teatro (o al menos en su concepción más clásica). El segundo recurso es el bastante comentado “fundido a nieve” (todas las escenas terminan en una nevada, que aparece de a poco y se desvanece cuando empieza la otra escena). Es cierto que este recurso no es tan original como lo pintan (sustituyan la nieve por juegos cromáticos psicodélicos y llegaron a los separadores que aparecen ocasionalmente en la hermosa Punch-drunk Love de P.T. Anderson), pero el fundido es una práctica exclusiva del cine. Su equivalente en teatro sería la paulatina disminución de luz entre escenas, o el cierre y apertura del telón entre actos (desconozco el término técnico para denominar estos recursos).
En un principio, ambos tipos de recursos (los cinematográficos y los teatrales) confluyen con cierta armonía. Lamentablemente esto no se mantiene durante toda la película. El “fundido a nieve” nos anticipa el comienzo y el fin de una escena, por lo que fácilmente podemos prever que sucede en la próxima. Esto no es necesariamente un defecto; evidencia que la película tiene una coherencia interna fuerte, a pesar del (o gracias al) trazo grueso con que se delinean algunos personajes. Sin embargo, llevado a un extremo, puede volverla tediosa y repetitiva, y esto es precisamente lo que sucede en Corazones. Con un poco de atención, se puede anticipar gran parte de la película (yo efectivamente narré la última secuencia en mi cabeza mientras sucedía). Ignoro si hay que echarle la culpa de esto a Resnais (Truffaut me grita desde el más allá que la culpa siempre es del director) o a Ayckbourn, pero una película predecible es una película fallida, a pesar de las buenas ideas aplicadas a la puesta en escena y de varios muy bellos planos. Y esto se transmite al humor de la película (hay pocas cosas menos graciosas que un chiste predecible, salvo que lo cuente Matías Alé y sepamos de antemano que va a ser predecible; miren que chimentero estoy). Claro que el humor en Corazones es bastante agridulce, ya que todo esta recubierto por un manto de melancolía (impostada, en más de una ocasión).
Corazones es una película convencional. Y con convencional quiero decir predecible, tediosa, reiterativa, conservadora e insípida. Quizás fui demasiado severo. Quizás tenga que ver con que vi Corazones después de la encantadora Hana de Hirokazu Koreeda. No quiero ser sentencioso, pero Corazones me pareció un definitivo paso en falso en una de las carreras más interesantes del cine francés contemporáneo. No me queda otra cosa que recomendar que ven y revean Mi tío de América, una de esas películas que ensanchan los límites del cine.

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