En este apartado se va a hablar brevemente de la historia del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Como este tema a mí me aburre -y sospecho que a la mayoría de ustedes también-, yo me voy y lo dejo al profesor Carozo para que hable cuanto quiera. Nos reencontramos en el último párrafo.
El primer Festival de Mar del Plata se llevó a cabo del 8 al 14 de marzo de 1954, en pleno gobierno de Juan Domingo Perón -derrocado al año siguiente, ustedes conocen la historia-. No es casualidad la elección de la ciudad sede del festival, porque ¿qué otra ciudad más peronista que “La Feliz” conocen? -los dibujos de Daniel Santoro utilizados para el pasado festival de Mar del Plata lo confirma de forma exquisita-. En esa ocasión no hubo una competencia: el festival fue más bien una muestra -llamada "Festival Cinematográfico Internacional"-, a la que se invitaron estrellas del cine internacional de la talla de Edward G. Robinson, Errol Flynn, Joan Fontaine y Jeanne Moreau, entre muchos otros, y en la que se presentaron películas de Luis Buñuel, Ingmar Bergman, etc.
El festival volvió a realizarse recién cinco años después, en 1959, impulsado por la Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina. Esta segunda edición, realizada a partir del 11 de marzo del susodicho año, fue reconocida oficialmente como competitiva por la FIAPF -Fedération International des Associations de Producteurs de Films, en español Federación Internacional de Asociaciones de Productores Cinematográficos-. El premio a la mejor película se lo llevó Cuando huye el día (1957) de Ingmar Bergman. El festival continuó realizándose durante los años siguientes, logrando cierto renombre internacional y dando a conocer en el país las obras de cineastas como FranÇoise Truffaut, Pier Paolo Pasolini, Akira Kurosawa, Andrzej Wajda y Mario Monicelli, entre otros –vean algunos centímetros más abajo el análisis de la última película de Monicelli-. En 1967 y 1969 el festival no se realizó, ya que en esos años se llevó a cabo el Festival de Cine de Río de Janeiro, y la FIAPF consideraba redundante realizar en un mismo año dos festivales de semejante envergadura en Sudamérica. Luego de la undécima edición del festival, en 1970, hubo una interrupción de 25 años. El festival retornó en el año 1996 y volvió a su tradicional fecha del mes de marzo recién en el 2001. En esta etapa el festival accede a la “categoría A”, máxima categoría otorgada a festivales por la FIAPF –el Festival de Mar del Plata es el único en Sudamérica que accedió a esta categoría-. En el año 2004, el premio del Festival, originariamente denominado “Ombú” –para el que todavía no se enteró, el Ombú es el árbol nacional argentino, ¡canejo!-, pasó a llamarse “Ástor”, en honor al músico Ástor Piazzolla, oriundo de Mar del Plata...
Lamento la interrupción. El blog trae novedades: a partir de un reclamo de Juan (Doppel), en la sección links incorporé algunas páginas en las que, ustedes piratas, podrán descargar gratuitamente –la carga de conciencia no está incluida- las películas del festival que voy analizando. Ya no tienen la excusa de “esa yo no la vi”.
(Fuente: http://www.mardelplatafilmfest.com/; ojo, es el sitio institucional del festival, tomen con pinzas todo lo que lean ahí)
Expiar horrores
A propósito de Le Rose del Deserto (Italia, 2006, 102’) Dirigida por Mario Monicelli
Sección: Italia en foco
Últimamente se pudo apreciar un intento desde el cine alemán de echar luz sobre uno de los períodos más negros de la historia de ese país: el que se inaugura con la subida del partido nacional-socialista, con Adolf Hitler al frente, al poder por voto popular –aunque, recordemos, la oposición comunista y social-demócrata era perseguida y proscripta- en mayo de 1933, y que finalizó en 1945, año de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, de la muerte de Hitler y, por consiguiente, del final del Nazismo -hubieron pocos regímenes o movimientos tan personalistas como el Nazismo; imaginen una situación análoga con la muerte de Perón y el Peronismo-. Films como La caída (2004) o Sophie Scholl (2005) intentaban reflexionar sobre este truculento período y, a juzgar por el éxito de público y de crítica de ambas –fueron nominadas al Oscar como mejor película hablada en idioma extranjero-, esta reflexión tuvo un buen recibimiento.
La primera de ellas, una audaz puesta en escena de la batalla de Berlín y la muerte de Hitler dirigida por Oliver Hirschbiegel y basada en el libro El hundimiento: Hitler y el final del Tercer Reich del historiador de derecha Joachim Fest, mostraba a un Hitler alejado de su típica representación: la de un monstruo inhumano, la mismísima representación religiosa del Mal. Por el contrario, lo que hacía La caída era presentar un Hitler dubitativo, asesino, nervioso, radical, autoritario, pero también susceptible, amable con quienes lo rodean, capaz de manifestar características comúnmente llamadas “humanas”. Sin embargo, no realizaba una verdadera crítica al régimen Nazi ni al pueblo alemán. Por el contrario, el pueblo alemán era más bien un conjunto heroico pero engañado por Hitler, atrapado entre el fundamentalismo hitleriano y el fundamentalismo comunista –los “rojos” que amenazaban Berlín, sedientos de sangre y venganza-. Cualquier semejanza con la teoría de los dos demonios no es accidental. Al final de la película, los cuerpos mutilados y amontonados de los alemanes no diferían mucho de los cuerpos destrozados que las fotos desde los campos de concentración destaparon.
Sophie Scholl se ubica en el año 1943. Hans Scholl y su hermana Sophie son miembros de “la Rosa Blanca”, una agrupación universitaria alemana y antinazi que se encargaba de repartir panfletos denunciando al régimen, entre otros actos de resistencia. Sophie y su hermano son capturados por oficiales alemanes, quienes los interrogan con la intención de sacarles información sobre el resto de la agrupación. Sophie resiste, pero Hans termina confesando. De ahí en más, Sophie será el objeto de variadas torturas, aunque ella las sobrelleva heroicamente y no delata a los otros miembros de su grupo. Sophie es una verdadera mártir, como lo era la Juana de Arco de Dreyer en La pasión de Juana de Arco (1928). Pero, a diferencia de Juana de Arco y su constante llanto en primer plano, Sophie no demuestra sentimientos. Por el contrario, se muestra impávida e impoluta. A esta Sophie carente de matices se le opone la maldad del régimen, monocromática y total. Nuevamente, como en La caída, no hay un verdadero cuestionamiento del papel del pueblo alemán en la Alemania Nazi. Por el contrario, Sophie, ser inmaculado por excelencia, redime en su heroicidad a todo su pueblo. La culpa es de los otros.
Es probable que esta tendencia del nuevo cine alemán a expiar horrores se corresponda con alguna necesidad simbólica –seamos francos, el pueblo alemán tiene que lidiar con horrores considerables- y, desde esa óptica, esta forma de representar la historia es entendible. Sin embargo, no hay que pasar por alto este detalle: el cine alemán, por ahora, no es revisionista, elige desembarazar al pueblo alemán de la culpa y depositarla en manos ajenas, las de Hitler y su ejército de fundamentalistas.
Ahora, ¿y en Italia, tierra de Mussolini, sucede lo mismo? No olvidemos que la Italia fascista fue uno de los colaboradores de la Alemania Nazi en la Segunda Guerra Mundial. La última película de Mario Monicelli puede servir para responder esa pregunta.
La presencia de Monicelli fue EL evento del último festival de cine marplatense. El nonagenario realizador italiano se paseó por la rambla de Mar del Plata, dio una clase magistral a sala repleta y presentó su última película, Le Rose del Deserto. El film, basado en Il deserto della Libia de Mario Tobino y en un pasaje de Guerra d'Albania de Giancarlo Fusco, cuenta la historia de una unidad médica del ejercito italiano en Libia, durante la Segunda Guerra Mundial. Como es normal en el cine de Monicelli, los personajes se diluyen en agregados sociales (en este caso, los soldados y médicos de la unidad), salvo dos o tres que sobresalen de la multitud. Estos son el general Strucchi (Alessandro Haber), romántico perdido que, tras enterarse que su mujer lo engaña, comienza un frenesí suicida, el teniente Salvi (Giorgio Pasotti), el único médico medianamente profesional de la unidad, que se enamora de la hija de un poderoso sultán que vive cerca del campamento de la unidad, y el fraile Simeone (Michele Placido), encargado de convertir a la población libia y que aprovecha la presencia de la unidad sanitaria para enviar a los pobladores de la región a obtener asistencia médica. Sin embargo, las historias de estos tres personajes no tienen demasiado peso en el desenvolvimiento de la película. La trama es, de por sí, bastante débil. La película es, más bien, una serie de episodios frágilmente conectados.
La unidad pasa la mayor parte de su tiempo relacionándose con los nativos, momento ideal para que Monicelli despliegue su –a esta altura un poco desgastado- talento para la comedia. Sin embargo, para desgracia de la unidad, la guerra está lejos de ser ganada. Cuando el frente de batalla se empieza a acercar al campamento, la unidad tendrá que lidiar con la falta de remedios, el exceso de heridos, los malvados generales ocupados en “hacer carrera” y los implacables soldados nazis. Cuando el fracaso de la expedición a Libia es evidente y la victoria aliada inminente, la unidad es desmontada por orden de los Nazis. Por su parte, el nuevo general a cargo, veloz -cada vez que aparece, la toma se acelera mostrando cómo se mueve a toda velocidad; un recurso, como mínimo, bastante desprolijo- y chiflado, les ordena dejar su labor de asistencia médica para construir un fastuoso cementerio que le gane en dimensión y en majestuosidad al cementerio que tiene una división vecina. De un manotazo, Monicelli arremete contra nazis y fascistas por igual. Los –en todo sentido- pobres soldados fueron enviados a una guerra perdida, ideada por el malvado Mussolini y su troupe de generales desquiciados.
Sin embargo, hay algo que huele mal en Le Rose del Deserto. El equipo de médicos, aquellos soldados que no disparan –por lo tanto, casi civiles-, son sucios, simpáticos, graciosos, un poco ignorantes, impulsivos, pero definitivamente bienhechores. Por el otro lado, los oficiales son un grupo de desquiciados, malvados hasta la másmedula, egoístas e irresponsables. Como sucede con el nuevo cine alemán que intenta revisar su historia, Le Rose del Deserto despoja a sus médicos y, por extensión, al resto del pueblo italiano, de todo atisbo de culpa. Es cierto que lo hace en un tono bastante diferente al de las ya mencionadas películas alemanas: reemplaza la frialdad por humor agridulce. Sin embargo el resultado es el mismo, la ausencia completa de un mea culpa, el mero expiar horrores.
En Le Rose del Deserto encontramos a un Monicelli agotado y falto de ideas, en una película insustancial y desprolija. A extrañar nomás el humor mordaz y explosivo de La Armada Brancaleone (1966) y los lúcidos comentarios de la genial Los Compañeros (1963).Ah, casi me olvido. Vayan a ver Bucarest 12:08, película rumana ganadora del premio del público en el último Bafici y estrenada en el circuito comercial hace dos jueves –imperdible la escena del programa, para nostálgicos de “Cha Cha Cha”-.
El primer Festival de Mar del Plata se llevó a cabo del 8 al 14 de marzo de 1954, en pleno gobierno de Juan Domingo Perón -derrocado al año siguiente, ustedes conocen la historia-. No es casualidad la elección de la ciudad sede del festival, porque ¿qué otra ciudad más peronista que “La Feliz” conocen? -los dibujos de Daniel Santoro utilizados para el pasado festival de Mar del Plata lo confirma de forma exquisita-. En esa ocasión no hubo una competencia: el festival fue más bien una muestra -llamada "Festival Cinematográfico Internacional"-, a la que se invitaron estrellas del cine internacional de la talla de Edward G. Robinson, Errol Flynn, Joan Fontaine y Jeanne Moreau, entre muchos otros, y en la que se presentaron películas de Luis Buñuel, Ingmar Bergman, etc.
El festival volvió a realizarse recién cinco años después, en 1959, impulsado por la Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina. Esta segunda edición, realizada a partir del 11 de marzo del susodicho año, fue reconocida oficialmente como competitiva por la FIAPF -Fedération International des Associations de Producteurs de Films, en español Federación Internacional de Asociaciones de Productores Cinematográficos-. El premio a la mejor película se lo llevó Cuando huye el día (1957) de Ingmar Bergman. El festival continuó realizándose durante los años siguientes, logrando cierto renombre internacional y dando a conocer en el país las obras de cineastas como FranÇoise Truffaut, Pier Paolo Pasolini, Akira Kurosawa, Andrzej Wajda y Mario Monicelli, entre otros –vean algunos centímetros más abajo el análisis de la última película de Monicelli-. En 1967 y 1969 el festival no se realizó, ya que en esos años se llevó a cabo el Festival de Cine de Río de Janeiro, y la FIAPF consideraba redundante realizar en un mismo año dos festivales de semejante envergadura en Sudamérica. Luego de la undécima edición del festival, en 1970, hubo una interrupción de 25 años. El festival retornó en el año 1996 y volvió a su tradicional fecha del mes de marzo recién en el 2001. En esta etapa el festival accede a la “categoría A”, máxima categoría otorgada a festivales por la FIAPF –el Festival de Mar del Plata es el único en Sudamérica que accedió a esta categoría-. En el año 2004, el premio del Festival, originariamente denominado “Ombú” –para el que todavía no se enteró, el Ombú es el árbol nacional argentino, ¡canejo!-, pasó a llamarse “Ástor”, en honor al músico Ástor Piazzolla, oriundo de Mar del Plata...
Lamento la interrupción. El blog trae novedades: a partir de un reclamo de Juan (Doppel), en la sección links incorporé algunas páginas en las que, ustedes piratas, podrán descargar gratuitamente –la carga de conciencia no está incluida- las películas del festival que voy analizando. Ya no tienen la excusa de “esa yo no la vi”.
(Fuente: http://www.mardelplatafilmfest.com/; ojo, es el sitio institucional del festival, tomen con pinzas todo lo que lean ahí)
Expiar horrores
A propósito de Le Rose del Deserto (Italia, 2006, 102’) Dirigida por Mario Monicelli
Sección: Italia en foco
Últimamente se pudo apreciar un intento desde el cine alemán de echar luz sobre uno de los períodos más negros de la historia de ese país: el que se inaugura con la subida del partido nacional-socialista, con Adolf Hitler al frente, al poder por voto popular –aunque, recordemos, la oposición comunista y social-demócrata era perseguida y proscripta- en mayo de 1933, y que finalizó en 1945, año de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, de la muerte de Hitler y, por consiguiente, del final del Nazismo -hubieron pocos regímenes o movimientos tan personalistas como el Nazismo; imaginen una situación análoga con la muerte de Perón y el Peronismo-. Films como La caída (2004) o Sophie Scholl (2005) intentaban reflexionar sobre este truculento período y, a juzgar por el éxito de público y de crítica de ambas –fueron nominadas al Oscar como mejor película hablada en idioma extranjero-, esta reflexión tuvo un buen recibimiento.
La primera de ellas, una audaz puesta en escena de la batalla de Berlín y la muerte de Hitler dirigida por Oliver Hirschbiegel y basada en el libro El hundimiento: Hitler y el final del Tercer Reich del historiador de derecha Joachim Fest, mostraba a un Hitler alejado de su típica representación: la de un monstruo inhumano, la mismísima representación religiosa del Mal. Por el contrario, lo que hacía La caída era presentar un Hitler dubitativo, asesino, nervioso, radical, autoritario, pero también susceptible, amable con quienes lo rodean, capaz de manifestar características comúnmente llamadas “humanas”. Sin embargo, no realizaba una verdadera crítica al régimen Nazi ni al pueblo alemán. Por el contrario, el pueblo alemán era más bien un conjunto heroico pero engañado por Hitler, atrapado entre el fundamentalismo hitleriano y el fundamentalismo comunista –los “rojos” que amenazaban Berlín, sedientos de sangre y venganza-. Cualquier semejanza con la teoría de los dos demonios no es accidental. Al final de la película, los cuerpos mutilados y amontonados de los alemanes no diferían mucho de los cuerpos destrozados que las fotos desde los campos de concentración destaparon.
Sophie Scholl se ubica en el año 1943. Hans Scholl y su hermana Sophie son miembros de “la Rosa Blanca”, una agrupación universitaria alemana y antinazi que se encargaba de repartir panfletos denunciando al régimen, entre otros actos de resistencia. Sophie y su hermano son capturados por oficiales alemanes, quienes los interrogan con la intención de sacarles información sobre el resto de la agrupación. Sophie resiste, pero Hans termina confesando. De ahí en más, Sophie será el objeto de variadas torturas, aunque ella las sobrelleva heroicamente y no delata a los otros miembros de su grupo. Sophie es una verdadera mártir, como lo era la Juana de Arco de Dreyer en La pasión de Juana de Arco (1928). Pero, a diferencia de Juana de Arco y su constante llanto en primer plano, Sophie no demuestra sentimientos. Por el contrario, se muestra impávida e impoluta. A esta Sophie carente de matices se le opone la maldad del régimen, monocromática y total. Nuevamente, como en La caída, no hay un verdadero cuestionamiento del papel del pueblo alemán en la Alemania Nazi. Por el contrario, Sophie, ser inmaculado por excelencia, redime en su heroicidad a todo su pueblo. La culpa es de los otros.
Es probable que esta tendencia del nuevo cine alemán a expiar horrores se corresponda con alguna necesidad simbólica –seamos francos, el pueblo alemán tiene que lidiar con horrores considerables- y, desde esa óptica, esta forma de representar la historia es entendible. Sin embargo, no hay que pasar por alto este detalle: el cine alemán, por ahora, no es revisionista, elige desembarazar al pueblo alemán de la culpa y depositarla en manos ajenas, las de Hitler y su ejército de fundamentalistas.
Ahora, ¿y en Italia, tierra de Mussolini, sucede lo mismo? No olvidemos que la Italia fascista fue uno de los colaboradores de la Alemania Nazi en la Segunda Guerra Mundial. La última película de Mario Monicelli puede servir para responder esa pregunta.
La presencia de Monicelli fue EL evento del último festival de cine marplatense. El nonagenario realizador italiano se paseó por la rambla de Mar del Plata, dio una clase magistral a sala repleta y presentó su última película, Le Rose del Deserto. El film, basado en Il deserto della Libia de Mario Tobino y en un pasaje de Guerra d'Albania de Giancarlo Fusco, cuenta la historia de una unidad médica del ejercito italiano en Libia, durante la Segunda Guerra Mundial. Como es normal en el cine de Monicelli, los personajes se diluyen en agregados sociales (en este caso, los soldados y médicos de la unidad), salvo dos o tres que sobresalen de la multitud. Estos son el general Strucchi (Alessandro Haber), romántico perdido que, tras enterarse que su mujer lo engaña, comienza un frenesí suicida, el teniente Salvi (Giorgio Pasotti), el único médico medianamente profesional de la unidad, que se enamora de la hija de un poderoso sultán que vive cerca del campamento de la unidad, y el fraile Simeone (Michele Placido), encargado de convertir a la población libia y que aprovecha la presencia de la unidad sanitaria para enviar a los pobladores de la región a obtener asistencia médica. Sin embargo, las historias de estos tres personajes no tienen demasiado peso en el desenvolvimiento de la película. La trama es, de por sí, bastante débil. La película es, más bien, una serie de episodios frágilmente conectados.
La unidad pasa la mayor parte de su tiempo relacionándose con los nativos, momento ideal para que Monicelli despliegue su –a esta altura un poco desgastado- talento para la comedia. Sin embargo, para desgracia de la unidad, la guerra está lejos de ser ganada. Cuando el frente de batalla se empieza a acercar al campamento, la unidad tendrá que lidiar con la falta de remedios, el exceso de heridos, los malvados generales ocupados en “hacer carrera” y los implacables soldados nazis. Cuando el fracaso de la expedición a Libia es evidente y la victoria aliada inminente, la unidad es desmontada por orden de los Nazis. Por su parte, el nuevo general a cargo, veloz -cada vez que aparece, la toma se acelera mostrando cómo se mueve a toda velocidad; un recurso, como mínimo, bastante desprolijo- y chiflado, les ordena dejar su labor de asistencia médica para construir un fastuoso cementerio que le gane en dimensión y en majestuosidad al cementerio que tiene una división vecina. De un manotazo, Monicelli arremete contra nazis y fascistas por igual. Los –en todo sentido- pobres soldados fueron enviados a una guerra perdida, ideada por el malvado Mussolini y su troupe de generales desquiciados.
Sin embargo, hay algo que huele mal en Le Rose del Deserto. El equipo de médicos, aquellos soldados que no disparan –por lo tanto, casi civiles-, son sucios, simpáticos, graciosos, un poco ignorantes, impulsivos, pero definitivamente bienhechores. Por el otro lado, los oficiales son un grupo de desquiciados, malvados hasta la másmedula, egoístas e irresponsables. Como sucede con el nuevo cine alemán que intenta revisar su historia, Le Rose del Deserto despoja a sus médicos y, por extensión, al resto del pueblo italiano, de todo atisbo de culpa. Es cierto que lo hace en un tono bastante diferente al de las ya mencionadas películas alemanas: reemplaza la frialdad por humor agridulce. Sin embargo el resultado es el mismo, la ausencia completa de un mea culpa, el mero expiar horrores.
En Le Rose del Deserto encontramos a un Monicelli agotado y falto de ideas, en una película insustancial y desprolija. A extrañar nomás el humor mordaz y explosivo de La Armada Brancaleone (1966) y los lúcidos comentarios de la genial Los Compañeros (1963).Ah, casi me olvido. Vayan a ver Bucarest 12:08, película rumana ganadora del premio del público en el último Bafici y estrenada en el circuito comercial hace dos jueves –imperdible la escena del programa, para nostálgicos de “Cha Cha Cha”-.
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