miércoles, 12 de marzo de 2008

The Man From The Embassy + Consideraciones Metodológicas

Como cualquier crónica que se precie, voy a empezar este blog con unas breves consideraciones metodológicas. Este es un blog de crítica, análisis y, por qué no, difusión de cine. Sin embargo, voy a enfocarme exclusivamente en las películas que vi en el 22° Festival de Cine de Mar del Plata y en el 9° BAFICI. Es decir, entre largometrajes y programas de cortos, 56 películas (22 en Mar del Plata, 34 en el BAFICI; espero que ahora se entienda mejor el título del blog). Esto quiere decir que NO voy a analizar películas del festival que no vi ni otras películas que se estrenaron o se estrenarán en el circuito comercial. Sin embargo, esto no quita la posibilidad de incluir alguna reseña realizada por quien quiera sobre alguna de las películas del festival (un simple mail con la reseña en cuestión será suficiente; ver el mail en la sección de perfil en este blog). Las críticas se presentarán en forma cronológica (en el orden en que las vi) y pueden o no estar acompañadas por alguna reflexión previa sobre alguna cuestión relacionada con el festival, el cine, o cualquier otra cosa, como es el caso de este apartado. El orden cronológico será violado si la ocasión lo amerita (como, por ejemplo, que se estrene algún film que vi en el festival en el circuito comercial o que me hayan mandado una reseña). Una última cuestión: de las 56 películas que vi en los dos festivales, sólo una de ellas es de origen argentino (El gran simulador de Eduardo Montes Bradley, en el BAFICI). Ahora la primera película...

Principio de incertidumbre

A propósito de The Man From The Embassy (Der Mann von der Botschaft, Alemania, 2006) Dirigida por Dito Tsintsadze
Ganadora de un Astor de plata al mejor guión (Zaza Rusadze, Dito Tsintsadze)

El principio de incertidumbre o principio de indeterminación de Heisenberg afirma que, en mecánica cuántica, no se pueden determinar simultáneamente ciertos pares de variables físicas, como la posición y el momento lineal de un objeto dado. Este principio se puede sintetizar en la máxima “mientras más observemos una cosa, menos sabremos de ella”. La máxima también se extiende a las situaciones y a los sujetos, cuestión que el cine nunca ignoró. Por ejemplo, en Rashomon (1950) de Akira Kurosawa, mientras más se nos dice sobre el crimen, más dudas tenemos sobre lo que realmente pasó. En El hijo (2002) de los hermanos Dardenne, mientras más conocemos a su protagonista más difícil se nos hace comprender su accionar. En otras palabras, la biografía del protagonista y su accionar funcionan análogamente a las variables “posición” y “momento lineal” en la física cuántica. Volveremos sobre esto más adelante.
The Man From The Embassy (primera película proyectada en la competencia oficial y primera función a la que asistí en Mar del Plata) cuenta la historia de Herbert Neumann, un ciudadano alemán empleado en la embajada de su país en Tbilisi, Georgia. El film está dirigido por el georgiano (el país asiático, no el estado de Estados Unidos) Dito Tsintsadze, realizador de films como On the Verge (1993), Lost Killers (2000) y Schussangst (2003), quien vuelve a su país natal (On the Verge fue el último film que realizó en Georgia, luego se mudó a Alemania) para realizar un esbozo de la Georgia actual.
Neumann lleva una vida acomodada, solitaria y alienada por un trabajo que se limita a meras excursiones por los barrios bajos de Tbilisi acompañando enviados de su país (más que nada señoras burguesas que dan rienda suelta a su también burgués complejo de culpa), meriendas en la terraza de la embajada y a redactar infinidad de informes. En definitiva la situación de Neumann es la contracara de la de los inmigrantes marginados de Lost Killers; Neumann es un inmigrante y, sin embargo, se encuentra en la posición de dominador y no de dominante. Esto va a marcar a fuego el punto de vista de la película: Neumann percibe (y nosotros percibimos a través de él) la hostilidad y la injusticia de la vida en Tbilisi, pero no la vive en carne propia. O al menos eso sucede en un comienzo.
Neumann pasa sus noches jugando en su casa a un juego de computadora proyectado en una pared blanca. El juego (para los habitués del videojuego, una aventura gráfica del estilo de Myst) parece ocultarle una verdad trascendental (sí, es una ridiculez, pero sigan conmigo). Una tarde Neumann va a hacer las compras al mercado de Tbilisi cuando una chica de doce años (Sashka) le arrebata su billetera y sale corriendo. Neumann lo captura y lo entrega a unos policías. Al ver el maltrato que los policías le aplican, Neumann decide ayudarla a escapar. De ahí en más la niña y él formarán un lazo afectivo estrecho. Ésta ingresará paulatinamente en la vida (y en el domicilio) de Neumann, transformándolos en el proceso. Algunos sutiles detalles del guión dejan en claro esto: la primera vez que Sashka entra a la casa de Neumann, éste coloca los destartalados zapatos de la niña lejos de los suyos, más adelante él sustituye los deteriorados zapatos por unas zapatillas nuevas y las ubica al lado de su calzado (todo esto mostrado con unos pocos planos detalle); el juego de computadora al que Neumann jugaba es sustituido por el Need For Speed, con el que entretiene a Sashka.
Sin embargo, para desgracia de ambos, el mundo que los rodea empezará a sospechar de esta relación. Tanto el mundo de Sashka (el bajo mundo, al que Tsintsadze se encargará de retratar con lujo de detalle, exponiendo en las conversaciones cotidianas una carga de sordidez bastante intensa) como el de Neumann (el de la banalidad y las meriendas en la terraza) dudan de las intenciones del protagonista. El Estado interviene sólo para exponer sus aristas más corruptas (dos oficiales de policía interceptan a Neumann en la calle para avisarle que van a dar el visto bueno a lo que sea que él este haciendo con la niña en su casa, a cambio de una suma de dinero).En este punto la película se debate entre dos tendencias: por un lado intenta llenar la relación de ambigüedades (las verdaderas motivaciones de Neumann, la androginia de Sashka), por el otro le otorga a su protagonista cualidades (como la más fría corrección política) que lo convierten en un personaje impoluto e inmaculado, despojándolo de dudas y transformándolo en una figura unidimensional a la merced de los prejuicios y la injusticia de una sociedad viciada. La primera de las dos tendencias se alcanza en algunos momentos muy logrados de la película (recuerdo uno en particular que me impresionó: Neumann y Sashka están jugando a la computadora cuando toca el timbre la amante del primero; inmediatamente Neumann apaga el juego y una luz azul se proyecta sobre la pared blanca; ambos personajes quedan fuera de cuadro, pero se pueden divisar sus sombras en la otrora pared blanca ahora teñida de azul, un momento digno de película de terror). Neumann se transforma en un ser complejo y, mientras más intentamos acercarnos, más esquivo a nuestra comprensión (y más sospechoso) se nos vuelve (la muy buena actuación de Burghart Klaußner y su rostro impenetrable ayuda a crear esta sensación). El principio de incertidumbre en funcionamiento. Durante el resto de la película no dudamos ni un solo momento de la bondad de Neumann, circunstancia que aprovecha el director para desplegar su discurso sobre la maldad del sistema. Esto se transforma en un lastre para una película prolija, pero que, más allá de algunos buenos momentos, cae bajo su propio peso, que es, en definitiva, el peso de la mirada discursiva de su director.

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